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En una mañana soleada, aunque ensombrecida por el terror que azota a Haití, una joven madre de solo 29 años acompañaba a su hija a la escuela. De pronto, fue interceptada por hombres armados pertenecientes a una de las casi doscientas pandillas que ya dominan más del 90% del territorio metropolitano, quienes intentaron secuestrarla. Ella se resistió y recibió cinco disparos en la cabeza, perdiendo la vida en el acto, dejando a su hija, una nueva huérfana.
El drama que se vive allí es indescriptible. El Representante del Consejo Presidencial de Transición de Haití, Smith Agustín, declaró en el Foro de la OEA hace poco: “El sistema de opresión popular que se ha establecido… ha engendrado monstruos capaces de quemar vivos a bebés, violar a niñas, incendiar hospitales, escuelas y bibliotecas, o incitar a niños desesperados al asesinato bajo el efecto de las drogas.”
Haití tocó fondo; los cadáveres son quemados en la calle, y en cualquier lugar te topas con restos humanos. La vida no vale nada, y el “Estado”, en total ruina y dependiente de la ayuda internacional, ha perdido el control y no puede garantizar la seguridad de su gente, ante el creciente poder de las pandillas que ya controlan casi todo. Imponen sus propios impuestos y deciden sobre todo en cada territorio bajo su dominio. Solo falta que oficialicen su poder y asuman el control político de lo que queda de “gobierno.”
En pleno siglo XXI, la barbarie y el caos imperan en un Haití asolado por la violencia, los secuestros, las enfermedades, la pobreza y los desastres naturales, convirtiéndolo “en un pedazo del infierno en la tierra.” Es importante que sepan aquí y en el extranjero, que este no es un momento cualquiera, ni una crisis común, como las que solemos ver cuando miramos al oeste de nuestra isla. Esta situación caótica ha puesto a Haití al borde de un desastre humanitario de gran magnitud, cuyas graves consecuencias afectarán, sin excepción, a nuestra región y al mundo.
No podemos engañarnos, ni ignorar la realidad, y mucho menos hacernos los desentendidos, a pesar del silencio de la Comunidad Internacional ante el constante clamor por ayuda para Haití. Será, y es, la República Dominicana la primera en ser desafiada, y posiblemente la más perjudicada, ante la posibilidad de que el dominio de las bandas criminales cause el colapso total del país vecino y luego miren hacia el lado dominicano, como lo hacen los miles de haitianos que huyen hacia acá.
Ante la problemática haitiana y sus amenazas, nuestro Interés Nacional siempre está en riesgo, y tradicionalmente la democracia dominicana ha sido incapaz de abordarla con efectividad para protegerlo. Los últimos Presidentes dominicanos aprenden sobre la marcha. Un ejemplo es el Presidente Luis Abinader, que en 2023 ordenó una movilización militar a la frontera, su cierre y la interrupción del comercio; sin embargo, no logró detener el canal que los haitianos construyeron para desviar las aguas del río Masacre.
Ese no es el mismo Presidente Abinader que ahora, más sereno, invita a los expresidentes dominicanos Hipólito Mejía, Danilo Medina y Leonel Fernández a dialogar sobre cómo enfrentar a un Haití, que aunque nos envíe a su embajador, no funciona como un país normal, ahora agravado por el caos sembrado por las pandillas criminales que luchan por el control total del territorio.
En cuanto a nuestras Fuerzas Armadas, aunque cumplen su labor defensiva en la frontera binacional, no logran evitar su permeabilidad. Se necesita renovar y fortalecer su doctrina militar para que pueda concebir una visión estratégica integral y abarcadora, basada en una mayor capacidad operativa, incluso ofensiva, frente a las claras amenazas que representan estas bandas criminales haitianas a la seguridad nacional.
Trabajemos en un registro migratorio y laboral riguroso, en la especialización sobre la problemática, en las nuevas tecnologías y en una labor de inteligencia constante como herramientas cruciales para vigilar de cerca la evolución de esta alarmante situación haitiana. Los expertos lo han dicho desde hace mucho tiempo: “Un año de anarquía es peor que cien de tiranía”.
Es urgente lograr un Pacto Nacional sincero, sin fines políticos y sin perder tiempo, un acuerdo que nos permita afrontar el problema haitiano, con al menos 10 puntos, cuya validez trascienda los cambios de gobierno cada cuatro años y donde no falte un punto que declare la tolerancia CERO a la corrupción en la frontera, ya que atenta contra el interés nacional dominicano; y a cualquiera que se atreva a traficar con elementos o mercancías prohibidas por nuestra frontera dominicana, que se le acuse con las consecuencias que esto implica: ¡alta traición a la patria!
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