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En la estela de un atentado exitoso

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Paulatinamente, se volvía a restaurar el ritmo de las actividades bajo los temores de que en cualquier momento podía ser detenido, tan solo por simples sospechas.

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Los días posteriores al exitoso atentado contra el hombre que por tres décadas había sometido las libertades y el libre desenvolvimiento de las actividades del pensamiento y productivas, cuando todo se supeditaba a las ambiciones y voluntad del dictador o anhelos de sus allegados y más destacados seguidores, fueron de una angustia y temores que atenazaron a la población.

El país, a partir del 31 de mayo, se convirtió en un crisol para finalizar la labor iniciada por los arriesgados hombres que en la noche anterior le “cortaron la cabeza” al hombre que había tenido en sus manos y a voluntad el destino de toda una isla, donde la parte oriental iniciaría su caminar sin los temores de que sus vidas peligraran por denunciar o demostrar una desafección al sistema que todavía controlaba la isla.

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El pueblo haitiano no se libró de las garras de la dictadura de Trujillo. Y en el occidente de la isla se sentían los efectos de un sopor de las libertades controlado por un poder que venía de la parte oriental de la isla, enfocado en un sendero de desarrollo muy peculiar, donde en oriente las carreteras y edificaciones afloraban por doquier y existía un sistema escolar muy adecuado para los dominicanos que avanzaban en el desarrollo, pero sin libertades, aunque se mantenía al país tranquilo, sin pensar en las subversiones tan frecuentes de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.

Las angustias estaban a flor de piel de los dominicanos que veían el rápido circular de los vehículos del SIM, penetrando en las casas, allanándolas y deteniendo a los sospechosos de ser disidentes, opuestos al régimen, violando o sacando personas que, esposadas, eran llevadas a las cárceles que en la capital tenían nombres como La 40 o la del 9 de la carretera Mella. También eran llevados a las instalaciones de la Academia Militar Batalla de Las Carreras, donde el hijo del dictador encabezaba un horripilante centro de torturas.

Junio de 1961 se convirtió en un mes lleno de angustias e indefiniciones políticas, mientras poco a poco era bañado en sangre, se sobrevivía en base a las necesidades humanas de la supervivencia. Paulatinamente, se volvía a restaurar el ritmo de las actividades bajo los temores de que en cualquier momento podía ser detenido, tan solo por simples sospechas. Los equipos de tortura se cuidaban de no equivocarse con las personas detenidas y en los centros de tortura se vivían momentos terribles, esperando con miedo ser asesinados después de haber sido sometidos a horribles torturas, donde no dejaban de ejecutarse sesiones en la famosa silla eléctrica.

Eran tiempos angustiosos después del 30 de mayo, y al poco tiempo llegaban al país las comisiones de la OEA, que venían a comprobar las condiciones en que se encontraban los detenidos. A los pocos días se efectuó el sepelio en una iglesia de San Cristóbal. Para luego, en noviembre, el cuerpo fue sacado y transportado a Europa por su hijo, que previamente había ordenado y participado en la muerte de los que habían participado en el asesinato de su padre.

Aplacada la furia de las huestes de la dictadura moribunda, se intentó organizar la vida institucional, dándole forma al proyecto de conformar un gobierno provisional y organizar elecciones para celebrarlas en diciembre de 1962.

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