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El PIB per cápita de Haití se encuentra entre los más bajos del planeta.
“Si la OEA no puede liderar en Haití, entonces, ¿cuál es su cometido?”, declaró el senador Marco Rubio ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado el 19 de mayo. Y agregó: “Si alguna vez hubo una crisis regional en la que se esperara que una organización interviniera, aportando una fuerza o un grupo de países que, trabajando juntos, ayudaran a resolverla, esa organización sería la OEA”.
La reacción fue inmediata. El nuevo secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), el surinamés Albert Ramdin, declaró que la estabilización de Haití sería la prioridad de su gestión a corto plazo. Mientras diversos sectores definen su postura, ya se están implementando medidas concretas que preparan el terreno para ello: el gobierno ha declarado terroristas a los cabecillas de las bandas responsables del caos, la inseguridad, la pobreza extrema y el hambre. Asimismo, la justicia haitiana ha procedido a bloquear sus cuentas bancarias. Y el trabajo apenas empieza.
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La estabilización de Haití requiere un compromiso regional para su pacificación y posterior reconstrucción institucional, a través de organismos funcionales y creíbles, de modo que el país deje de ser una pesadilla para transformarse en un dulce sueño, nutrido por una sociedad capaz de revertir su caída al abismo y tomar el camino del progreso.
En 2024, el producto interno bruto (PIB) de Haití — que no llega a los 20,000 millones de dólares — se contrajo un 4.2 %, acumulando seis años seguidos de retroceso. El PIB per cápita está entre los más bajos del mundo, situando al país en el puesto 151 de un total de 196, lo que refleja las duras condiciones de vida de su población.
Según el Banco Mundial, en 2024 el 64 % de los haitianos vivía con menos de 3.65 dólares al día, mientras que la inseguridad alimentaria aguda afectaba a 5.4 millones de personas; de ellas, dos millones están en niveles de emergencia y al menos 6,000 en niveles catastróficos. Cambiar esta situación y mejorar la calidad de vida de los haitianos representa un desafío regional, cuya superación también ayudaría a reducir las presiones migratorias de quienes huyen del país para no morir de pie.
Ese “dulce sueño” podría extenderse a la vecina República Dominicana, cuyo comercio con Haití, actualmente cercano a los 1,000 millones de dólares, podría quintuplicarse en pocos años, abriendo, además, nuevas oportunidades de inversión para empresarios dominicanos en territorio haitiano.
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