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Alberto Caamaño Acevedo, hijo de Francisco Alberto Caamaño Deñó. Alexis Monegro.
Cuando evoca el fatídico 16 de febrero de 1973, la voz se le quiebra y sus ojos se humedecen. Han pasado 52 años, pero Alberto Caamaño Acevedo aún llora el asesinato de su padre, Francisco Alberto Caamaño Deñó, el glorioso coronel de la Revolución de Abril, quien hoy cumpliría 93 años si el amor a la Patria no lo hubiera hecho regresar el 2 de febrero de 1973 para formar un frente guerrillero contra el gobierno de Joaquín Balaguer.
Se enteró de la muerte de su padre escuchando la radio en Cuba, donde vivía exiliado con su madre María Paula Acevedo (Chichita) y sus hermanos Francis y Paola, ya que el receptor captando las emisoras dominicanas.
“Nosotros oíamos todas las emisoras de allá y, en una de esas, una noche, el 16 de febrero, oí que habían dicho ‘cogimos al coco mayor’ (…); por supuesto, fue un golpe terrible, me sentí muy triste, fui a contárselo a mi mamá y las autoridades cubanas llegaron esa misma noche a confirmar la noticia”, recuerda.
Periplo familiar
Tras salir al exilio el 22 de enero de 1966, los Caamaño Acevedo fueron a Londres, Inglaterra, donde estuvieron 11 meses. Luego marcharon a España, país que abandonaron en 1969 para trasladarse a Cuba. Allí se reunirían con Caamaño Deñó, “desaparecido” desde octubre de 1967, aunque les enviaba dinero y estaba pendiente de ellos.
“Hicimos un recorrido por Europa a través de varios países (…). Estábamos viviendo en Valencia, de Valencia nos fuimos a Barcelona, de Barcelona fuimos a Roma, de Roma fuimos a Sagreb, de ahí fuimos a Praga y luego a Moscú. De Moscú fuimos a La Habana”, dice Caamaño Acevedo al hablar de la operación que montó el Servicio de Seguridad de Cuba.
Durante el viaje llevaban una guitarra donde escondían el fusil que Caamaño Deñó se había llevado a Londres, mientras que las balas estaban guardadas en el biberón de la pequeña Paola (2 años).
Arribaron a Cuba a finales de 1969 con otras identidades: eran venezolanos, con una madre llamada Angela Soto Alvarez, mientras que ellos conservaron sus nombres y los apellidos González Soto. Caamaño Deñó era conocido como Román, y lo veían de vez en cuando.
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La última vez que vieron a su padre fue en noviembre de 1972, cuando los llevó al Parque Lenin y les explicó que “había llegado el momento de regresar a la Patria, que era una empresa peligrosa y que podía costarle la vida. Quería que fuéramos conscientes de eso, que apoyáramos a mi mamá en todo”, cuenta Caamaño Acevedo. Añade que les pidió ser personas honorables, que no permitieran las injusticias y amaran a la Patria.
Un mes después del asesinato de Caamaño Deñó recuperaron su identidad y nacionalidad en un acto memorable: Raúl Castro, entonces ministro de las Fuerzas Armadas cubanas, fue a la escuela militar donde estudiaban los Caamaño Acevedo y, después de hablar a los estudiantes sobre el coronel de Abril, reveló la identidad de los dos hermanos.
Desde entonces es un gran honor y privilegio ser su hijo. “Mi padre trascendió en la historia, se convirtió en parte de la historia y una parte muy importante de la historia dominicana (…). Para mí es un ejemplo a seguir”.
LA REVOLUCIÓN VALIÓ LA PENA
Aunque la pérdida de su padre lo duele, Caamaño Acevedo cree que la revolución valió la pena porque nunca hemos vivido otro golpe de Estado y las Fuerzas Armadas no intervienen en la política, opinión que respalda Rafaela Caamaño Grullón (Fellita), prima de Caamaño Deñó.
Coinciden también en que los jóvenes deben conocer mejor la historia, para no repetirla, y lamentan que se hable de la Revolución de Abril en las aulas de manera “muy light, muy superficial”. Sostienen, además, que deben redimensionarse la gesta y las figuras de todos sus protagonistas, así como los ideales que enarbolaron y que deberían ser rescatados a través de una revolución moderna, sin armas.
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