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La magia de una imagen asombrosa

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Sonreír, como si estuviera viendo a su hijo José Antonio, en el podio de la ONS.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

En ocasiones especiales, como esta, cuando el fotógrafo está atento y en el punto exacto, la imagen lograda perdurará en el tiempo.

En la gala de Música en movimiento, ideada por Carlos Veitía, artista y actual director del Teatro Nacional, y puesta en escena junto a Antonio Molina, director de la Orquesta Sinfónica Nacional, hubo un instante singular y único: la imagen del maestro Papa Molina cobró vida en la gran pantalla, animada por Inteligencia Artificial (IA).

Al aparecer, fija, la enorme imagen a color del maestro Papa Molina, creador y orquestador de melodías populares y algunas en versión sinfónica, el público se sorprendió al verla moverse, girar la cabeza, mirar en varias direcciones y… sonreír, como si estuviera viendo a su hijo José Antonio, en el podio de la ONS.

Padre e hijo parecían comunicarse. El aplauso del público fue ensordecedor, conmovedor y sentido.

Fue el homenaje merecido, el uso correcto de la tecnología para traer de vuelta la vida y obra de un maestro, autor de temas inolvidables como Evocación, que internacionalizó la orquesta de Billo Frómeta, y que regaló obras clásicas como Tres imágenes folklóricas.

Ramón Antonio Molina Pacheco, nacido en Moca, el 19 de diciembre de 1925, músico, director y compositor, regresaba de alguna forma a la vida, a pesar de haber fallecido el 5 de agosto de 2020.

Y volvía al escenario apropiado: un espectáculo musical destinado al patrimonio artístico nacional, en el que su hijo, a quien transmitió desde niño el amor apasionado por el arte de armonizar los sonidos y el tiempo. El momento demostraba lo cíclica que puede ser la vida en términos creativos.

Música en movimiento, como espectáculo, fue un despliegue estético de primer nivel: escenografía, la danza del Ballet Nacional Dominicano y del Ballet Teatro de Santo Domingo, con un cautivador potencial inmersivo gracias a una escenografía original, impecable en gran formato y múltiples planos verticales, con su aplicación para la proyección de imágenes de gran tamaño, con coreografías precisas y limpias, marcadas por la música de cada momento, con gestos y giros sincronizados y un vestuario cuidado en su diseño, materiales y colores, rebosante de elegancia y simbología nacional.

Una danza que reafirmó su condición de poesía corporal en movimiento, con los colores del campo como telón de fondo, las escenas de la lucha patriótica, y dando movimiento a obras pictóricas que también danzaban entre los pinceles de Van Gogh, Guillo Pérez, Ramón Oviedo, todo en una sola entrega. En este contexto de expresiones visuales, musicales y dancísticas extremas, se produjo ese momento único.

Era la técnica afianzada de los talentos de tres generaciones del Ballet Concierto Dominicano y el Ballet Nacional Dominicano, reforzados por una instrumentación de proyección total en el marco escenográfico pensado para potenciar el efecto.

Al final, solo queda citar al poeta Jesús Sosa: “Por Dios…que vuelva a pasar”.

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