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Tal como afirmó San Juan Pablo II: “El Corazón de Cristo es un abismo insondable de amor, donde la humanidad entera está abrazada con infinita compasión”. En esta Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Evangelio del Buen Pastor se transforma en una puerta de entrada al Misterio más tierno y radical de Dios: su amor personal e inagotable.
Jesús nos ofrece un retrato de su corazón como Pastor que busca, que no se da por vencido (al ir a buscar la oveja perdida) y que se alegra cada vez que hablamos de Él, alegrando su Sagrado Corazón.
Hoy somos invitados no solo a dejarnos encontrar, sino también a imitar Su corazón. Y qué decir del corazón de María, su Santísima Madre, la inmensidad de su corazón, siendo una buena oportunidad para venerar la grandeza de su corazón y su profunda vida interior, experimentada entre las alegrías y sufrimientos de su vida terrenal.
La palabra Inmaculada significa sin mancha. Un corazón totalmente puro, que siempre supo estar abierto a Dios para esperar de Él todo cuanto quería darle.
Fue ella quien creyó que para Dios no hay nada imposible. Fue ella la de mayor fe; la que dijo sí, sin dudar, la que nos invita en este día a creer contra toda esperanza que la Palabra del Señor se cumpliera en nuestras vidas.
María, junto a otros que caminamos con Jesús y que aún siguen caminando, dan testimonio con sus vidas de la grandeza del amor de Dios; se atrevieron a decir sí, a caminar con libertad, sin saber a dónde los llevaría Dios, a pedir porque sabían quién tenía el poder y el amor para hacerlo.
Soy una persona Mariana, porque sé que todo lo que la Madre le pide a Su Hijo, Él se lo concederá. Y en estos momentos tan oscuros a nivel mundial, debemos orar, como nos pide nuestro Santo Padre León XIV, a nuestra Madre, para que vele por nosotros sus hijos, para que logre de su Hijo, que Su Misericordia nos libre de este mal que cubre a la humanidad. Amén.
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