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En este instante, mientras tus ojos recorren estas líneas, trescientos millones de personas en el mundo están menstruando. Trescientos millones de úteros que se contraen, trescientos millones de historias silenciadas. Entre ellas, la de una adolescente que esconde una toalla sanitaria en papel de baño como si fuera contrabando; la de una mujer que falta al trabajo porque el dolor la dobla en dos, pero no se atreve a decirlo; la de una abuela que aún recuerda cuando le enseñaron que su sangre era sucia.
Como ginecóloga y terapeuta sexual, he sido testigo de cómo este proceso biológico fundamental -el mismo que hace posible la continuidad de nuestra especie- se ha convertido en una doble condena: el dolor físico de los cólicos y el dolor social del estigma.
El 80% de las mujeres sufrimos dolor menstrual, pero solo el 20% recibimos un diagnóstico adecuado.
Esta no es solo una cifra médica: es un mapa de la desigualdad.
El ciclo menstrual es una sinfonía hormonal perfectamente orquestada por la evolución. Cada mes, el cuerpo femenino despliega un complejo proceso de preparación para la potencial creación de vida. El endometrio, ese tejido sabio y vascularizado, se engrosa meticulosamente como un lecho de pétalos preparado para recibir la semilla de la vida.
Cuando la concepción no ocurre, este tejido se renueva en lo que conocemos como menstruación. Contrario a la creencia popular, la sangre menstrual no es “desecho”. Es un fluido rico en células madre, nutrientes y componentes inmunológicos.
La poeta Lucía Rivadeneyra lo expresó con belleza: Cada gota que cae lleva consigo la memoria de lo que pudo ser y la promesa de lo que aún puede llegar. Desde la perspectiva médica, la menstruación es como un informe mensual de salud: su regularidad, color, textura y volumen nos hablan del equilibrio hormonal, el estado nutricional y el bienestar general de la mujer.
La menarquia, ese primer sangrado que marca el despertar hormonal solía ser celebrada como un ritual sagrado en muchas culturas ancestrales. Hoy, para muchas adolescentes se convierte en un evento cargado de vergüenza y desinformación.
Los factores que influyen en la llegada de la primera menstruación son un reflejo de nuestras condiciones de vida:
* La nutrición: en comunidades con inseguridad alimentaria, la menarquia puede retrasarse hasta los 16 o 17 años.
* El estrés crónico: hijas de hogares violentos suelen menstruar antes, como si el cuerpo anticipara la necesidad de reproducirse en entornos hostiles.
* Los disruptores endocrinos: los químicos en nuestros alimentos y plásticos están alterando el equilibrio hormonal de las nuevas generaciones.
En mi consultorio, una y otra vez escucho la misma frase: “Doctora, pero ¿no es normal que duela”?
La respuesta es contundente: molestias leves pueden ser comunes, pero dolor que te incapacita NUNCA es normal. La dismenorrea severa es frecuentemente síntoma de:
* Endometriosis: esa enfermedad silenciosa que puede tardar años en diagnosticarse.
* Adenomiosis: cuando el endometrio invade el músculo uterino.
* Enfermedad inflamatoria pélvica.
El mito de que la menstruación debe doler es quizás uno de los más dañinos que enfrentamos. Como bien señaló la médica Carme Valls: “Patologizar lo natural ha sido históricamente una forma de control social sobre los cuerpos de las mujeres”.
La percepción del dolor menstrual está influenciada por diversas variables. En la investigación de Berrat: Concepciones en torno a la menstruación: un abordaje interdisciplinario, se refiere, “Las mujeres reconocen que la menstruación las confronta con su cuerpo de forma cíclica y muchas veces contradictoria: como recordatorio de fertilidad, de dolor, de vergüenza o de poder”. El dolor menstrual está influenciado por la construcción de la feminidad.
Mientras que en otros países los productos menstruales son gratuitos, en República Dominicana seguimos pagando un 18% de ITBIS por toallas y tampones, el mismo impuesto que se aplica a artículos de lujo. Las cifras son elocuentes:
¿Una mujer dominicana gasta aproximadamente RD$1,800 anuales solo en impuestos por menstruar.
¿Para una familia con tres mujeres en edad menstrual, esto representa cerca del 5% del salario mínimo. Parafraseando a la parlamentaria escocesa Mónica Lennon: “Nadie debería tener que elegir entre comprar comida o comprar toallas sanitarias”.
La sangre menstrual ha sido, paradójicamente, invisible en la historia a pesar de ser esencial para la continuidad de la humanidad. Hoy, artistas y escritoras están reescribiendo esta narrativa:
* Rita Indiana, en su novela “La mucama de Omicunlé”, convierte el útero en territorio de resistencia política.
* La artista Rupi Kaur desafió los tabúes al mostrar sangre menstrual en Instagram.
* La poeta Gloria Anzaldúa escribió: “Esta sangre es tinta, es escritura secreta que atraviesa generaciones”.
* Sabrina Vargas (activista menstrual puertorriqueña): “En el Caribe, donde el sol lo seca todo, todavía mojamos escondidas las toallas sanitarias para que nadie las vea”.
En comunidades como los Dogon de Mali, la menarquia se celebra con ceremonias públicas.
En la India, el festival Ambubachi Mela venera el poder sagrado de la menstruación. Mientras, en nuestro país, seguimos escondiendo las toallas sanitarias como si fueran algo de lo que avergonzarnos.
La poeta dominicana Aída Cartagena Portalatín escribió que “hay revoluciones que empiezan entre las piernas de una mujer”. Esta es una de ellas. Una revolución que:
* Exige que el dolor menstrual sea tomado en serio por el sector salud y las Administradoras de Riesgos de Salud, ARS.
* Reclama la eliminación del impuesto rosa, gravámenes a los productos menstrual.
* Celebra el conocimiento de nuestros ciclos como herramienta de autonomía.
La antropóloga Chris Bobel lo resumió perfectamente: “Menstruar no nos hace mujeres, pero cómo una sociedad trata la menstruación sí nos dice mucho sobre cómo valora a las mujeres.
Hoy, mientras lees esto, hay trescientos millones de oportunidades para cambiar la historia.
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