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“Dejar la diálisis por un trasplante es un cambio radical. Es completamente distinto, es como renacer”, asegura Contreras 17 años después de su operación. En el momento de la cirugía, ella tenía 40 años. “Mi donante era hombre, tenía 50 años y falleció por un derrame cerebral”, esa es la única información que tiene Milagros Contreras sobre la persona que le dio una nueva oportunidad de vida, después de sufrir por más de un año con diagnóstico de insuficiencia renal crónica. Desahuciada, inconsciente y con sus riñones a punto de fallar, Contreras se convirtió en la primera paciente en ser trasplantada de este órgano de un donante fallecido. Hasta el 2007 este tipo de procedimiento no era viable en el país. Sin embargo, en octubre de ese año lo que parecía imposible se hizo realidad. “Dejar la diálisis por un trasplante es un cambio radical. Es totalmente diferente, es como renacer”, afirma Contreras a 17 años de su operación. Al momento de esta cirugía, ella tenía 40 años.
A la pregunta de por qué alguno de sus familiares no fue considerado como posible donante, ella constató que en “esa época no estaban muy actualizados… la gente tenía ciertos temores, ciertos mitos”. Igualmente, cuenta que le dijeron que no por miedo a lo que le podría pasar al donante tras la operación. A pesar de ello, no guarda rencor y lo atribuye a la falta de concienciación sobre el proceso. Cuando el donante finalmente apareció, comenzaron las pruebas para el proceso. “En ese tiempo se hacían algunos estudios, uno los hacía, los llevaba, y se completaba el resto. Así, uno tardaba unos dos o tres meses en ese proceso”.
Para entonces, en el país solo se había hecho un trasplante de donante fallecido, que correspondía a un hígado. Sobre esto, el director del Instituto de Coordinación de Trasplante de Órganos y Tejidos (Incort), José Juan Castillos Almonte, explica que cuando se obtuvo este cadáver, solo se pudo utilizar el hígado porque, para trasplantar riñones, es necesario un laboratorio de Histocompatibilidad, y el de la Plaza de la Salud, donde se hizo la cirugía, no estaba inaugurado. Llegado el día y la hora del trasplante, Milagros relata que “entró al quirófano como si fuera a su habitación a acostarse, confiada en Dios, por completo”. Una cirugía de riñón, según las explicaciones del nefrólogo Castillos Almonte, dura entre dos horas y media y tres.
En promedio, la esperanza de vida de un riñón donado de un paciente fallecido es de 10 a 15 años, sin embargo, ella, entre varias limitaciones, sigue superando todos los pronósticos, ya que está a punto de cumplir 18 años con su trasplante en octubre de este año. “Eso es cosa de Dios”, expresa sobre esta situación. Antes de la operación trabajaba como maestra en el municipio de Pedro Santana, en Elías Piña, profesión que mantuvo hasta que su salud la obligó a mudarse a la capital en busca de mejor atención. Fue jubilada en 2017.
Milagros hoy debe tomar al menos cuatro pastillas para su riñón. Además, tiene problemas de visión y osteoporosis, lo que limita su vida. “La endocrinóloga me quitó muchas cosas que no puedo hacer porque la osteoporosis está muy avanzada. Lavar, fregar, levantar cosas, no puedo hacerlas. Además, la vista también me limita mucho para hacer cosas”, dice Contreras en una entrevista con periodistas del Listín Diario.
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