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Imagina que el simple sonido de alguien comiendo una manzana o haciendo clic con un bolígrafo puede desatar una oleada de ira, ansiedad o desesperación. Para quienes sufren misofonía, esto es su día a día.
La misofonía, que significa “odio al sonido”, es una condición neurológica poco conocida pero sumamente perturbadora para quienes la experimentan. No es una simple molestia o irritación, sino una reacción emocional intensa frente a ruidos específicos, usualmente repetitivos y generados por otros.
Un sonido, una reacción
Los desencadenantes más comunes incluyen ruidos como masticar, sorber, teclear, respirar fuerte o golpear los dedos. Aunque para la mayoría pasan inadvertidos, para alguien con misofonía pueden ser insoportables, al grado de evitar reuniones sociales, comidas familiares o espacios compartidos.
¿Enfermedad o trastorno?
La misofonía aún no está oficialmente catalogada como un trastorno psiquiátrico en manuales como el DSM-5, pero investigaciones recientes sugieren una conexión con el sistema límbico y la corteza auditiva. Esto implica que no es solo una “manía”, sino una reacción fisiológica real.
La reacción que provoca la misofonía no proviene de un análisis racional, sino de una respuesta emocional instintiva. En quienes la padecen, el cerebro interpreta ciertos sonidos como si fueran un peligro real, activando de inmediato mecanismos automáticos de defensa como la lucha o la huida.
Vivir en un mundo ruidoso
Vivir con misofonía puede ser agotador. Muchos pacientes intentan lidiar con la situación usando auriculares, evitando ciertos ambientes o comunicando abiertamente sus límites. Sin embargo, la falta de comprensión social agrava el problema. A veces, quienes la sufren son tachados de exagerados, sensibles o maleducados.
Hoy por hoy, no existe una cura definitiva, pero se están desarrollando terapias que combinan técnicas cognitivas, manejo de la ansiedad y desensibilización progresiva. La clave, coinciden los expertos, es validar la experiencia del paciente y trabajar en herramientas prácticas para convivir con la condición.
Escuchar más allá del sonido
Más allá de la ciencia, la misofonía nos invita a reflexionar sobre algo fundamental: la empatía. Entender que lo que para algunos es un sonido normal, para otros puede ser una fuente de angustia, es el primer paso hacia una convivencia más amable.
En un mundo lleno de ruidos, aprender a escuchar también significa aprender a respetar el silencio que otros necesitan.
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