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El sistema de partidos en República Dominicana necesita una reforma para convertirse en un pilar sólido y legítimo de la democracia. Para lograrlo, es crucial el cumplimiento estricto de las leyes, especialmente la ley electoral. La Junta Central Electoral (JCE), responsable de su aplicación, debe ser rigurosa, algo que actualmente no sucede, lo que debilita a los partidos y, por ende, la frágil democracia del régimen actual.
Por consiguiente, es esencial que la JCE sea un organismo fuerte, confiable, competente, sin vínculos políticos ni partidistas, en el que todos podamos creer y confiar.
La llamada “clase política” es responsable de la crisis política, de la degradación de los valores éticos y morales de los líderes, quienes actúan al margen de la ley electoral que ellos mismos aprueban en el Congreso.
(Un ejemplo: El expresidente Leonel Fernández no podía ser candidato presidencial tras perder la convención de su partido, pero formó o compró un partido para presentarse a las elecciones, ignorando la ley. La Junta Central Electoral, contraviniendo sus propias normas, lo permitió sin consecuencias, creando un precedente inaceptable).
En este país, todo lo que está expresamente prohibido en la Constitución y sus leyes complementarias, está permitido. Ninguna institución está más desacreditada que la justicia en general. No existe un solo órgano judicial que merezca la confianza del pueblo dominicano.
El sistema judicial dominicano tiene un sello de clase, funcionando solo contra ciudadanos humildes, sin recursos para contratar abogados, fiscales y jueces. (Justicia para los pobres, impunidad para los ricos).
El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) se convirtió en una maquinaria estatal corrupta para beneficio de sus líderes, aquellos que “entraron con chancletas y salieron en yipetas”.
Fue durante su “era” que los dominicanos nos convertimos en un pueblo de “ludópatas”, viendo en los juegos de azar la única esperanza de obtener dinero. En este país hay más bancas que escuelas, universidades y centros culturales. Cada grupo en el PLD tenía su propio consorcio de bancas, permitiendo que muchos del bajo mundo se convirtieran en “banqueros” y “riferos”, luego diputados y senadores.
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