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En tiempos donde las fronteras parecen más definidas, el arte se presenta como un puente poderoso capaz de unir territorios, historias y sensibilidades. Así lo demostró la residencia artística impulsada por In Moving Cultures, plataforma de intercambio creativo liderada por la artista y fundadora garífuna Wanny Angerer, que por más de dos décadas conecta talentos y comunidades a través del arte.
En esta ocasión, República Dominicana fue el escenario para un encuentro entre dos artistas visuales con universos diferentes, pero inquietudes compartidas: el hondureño Marcio Arteaga, con más de 15 años de trayectoria y un enfoque en el arte ecológico, y el dominicano Elizael de Jesús, joven muralista e ilustrador cuya obra explora la identidad, la diversidad y la crítica social.
Durante dos semanas, el arte no solo se creó: se vivió, se compartió, se sintió. En un ambiente de convivencia sincera y exploración urbana, Marcio y Elizael tejieron una complicidad artística que trascendió los lienzos. Compartieron espacios de trabajo y largas conversaciones entre cafés, recorrieron Santo Domingo con ojos curiosos y abiertos, permitiendo que la ciudad les hablara con sus colores, texturas y memorias. En cada museo, cada parque, cada calle, encontraron nuevas formas de traducir lo vivido en creación. Pero fue en la jornada de pintura con los adultos mayores de la Fundación Juan Luis Guerra donde el arte alcanzó su máxima expresión: allí, entre risas, pinceles y miradas profundas, el arte se convirtió en refugio, en abrazo, en puente entre generaciones. Un momento íntimo y transformador que dejó una huella imborrable en ambos artistas.
De esta experiencia nacieron dos propuestas visuales potentes: una serie vibrante de Marcio, inspirada en la flora, la fauna y los fósiles caribeños; y Cartografía de lo Imposible, de Elizael, un mapa pictórico cargado de símbolos e ideales, donde la inocencia y la diversidad conviven en armonía. La exposición final, Paz, cerró la residencia con una sala llena de espectadores conmovidos, reafirmando el poder del arte como vehículo de encuentro y transformación.
Más allá de las obras, esta residencia significó un llamado: la necesidad urgente de más espacios como este, donde las voces emergentes puedan crecer, donde el arte dialogue sin fronteras y donde, como dice Elizael, “la identidad se expanda en la diversidad”. Ambos artistas concluyeron la experiencia con un anhelo compartido: que estas iniciativas sean más visibles, que lleguen a más públicos, y que se construyan espacios donde el arte no tenga restricciones, donde los jóvenes emergentes puedan encontrar su lugar, y donde la cultura se convierta en un territorio común.
El movimiento internacional In Moving Cultures no solo conectó a dos artistas. Conectó países, historias, memorias y futuros posibles. Porque cuando el arte une territorios, también abre caminos.
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