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¿Está Donald Trump acelerando el declive de Estados Unidos?

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El panorama general de las políticas públicas adoptadas se deterioró o retrocedió, lo cual dificultó su reelección para un segundo mandato consecutivo.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Quien mire hacia atrás y recuerde la primera presidencia de Donald Trump, entre 2017 y 2021, y lo que implicó para los planes de Estados Unidos en diversos aspectos clave, observará que, en lugar de mejorar o progresar, fue todo lo contrario. El panorama general de las políticas públicas adoptadas se deterioró o retrocedió, lo cual dificultó su reelección para un segundo mandato consecutivo.

Peor aún, cedió el poder a su sucesor, Joe Biden, precedido de un ambiente inusual de agitación y tensión institucional, incentivado por el propio presidente saliente, quien instó a sus apasionados seguidores a que, en un acto de temeraria osadía, asaltaran violentamente la sede del Capitolio en Washington DC el 6 de enero de 2021, intentando alterar el proceso de transición democrática.

Quien recuerde aquello, hoy podría confundirse y no comprender cómo es posible que los estadounidenses rescataran a Donald Trump de la maraña judicial en la que estaba envuelto y lo eligieran nuevamente como presidente número 47. Y ahora, incluso, de una forma más rotunda y con un respaldo electoral mayor que la primera vez.

Algo anda mal en la sociedad norteamericana, que está altamente polarizada y dividida en cuanto a los problemas cruciales y las agendas que el país debe abordar para continuar su camino por rutas de certidumbre y bienestar. Un elevado porcentaje de estadounidenses alberga el legítimo deseo de que las cosas cambien para mejor, especialmente en la forma en que se gestiona el país desde Washington.

Quizás fue impulsado por ese genuino interés de cambio, y la tardía decisión del presidente Biden de no optar por la reelección, lo que favoreció nuevamente a un hombre con mentalidad comercial y empresarial, con una conocida credencial de “antipolítico”, como el reelecto presidente Donald Trump. Y lo que es casi seguro es que el electorado haya incurrido en otro error al apartarse de la tradición estadounidense que, en el pasado, les llevó a elegir y reelegir a presidentes de la talla de George Washington, Abraham Lincoln, Franklin Delano Roosevelt o Dwight Eisenhower, entre otros grandes estadistas.

Aciertadamente señala el profesor de la Universidad de Harvard y columnista en Foreign Policy, Stephen M. Walt, refiriéndose a esos presidentes estadistas: “Disfrutan de un estatus exaltado en parte por sus cualidades excepcionales, pero también porque superaron circunstancias desafiantes que requerían un liderazgo extraordinario”.

Sin embargo, el momento actual no es menos crucial y desafiante para Estados Unidos en su intento de recuperar una supremacía hegemónica que ya no es viable, si acepta la realidad de un mundo que geopolíticamente se reconfiguró en una estructura multipolar de un nuevo orden en gestación, y entiende que debe compartir el liderazgo mundial con la Federación Rusa, la República Popular China y la India, así como con otras potencias medias emergentes que ya son miembros del bloque BRICS. El tamaño de sus economías, el peso demográfico, la participación en el PIB mundial y los notables avances tecnológicos, dejan muy claro el lugar que ya ocupan en el presente globalizado de la humanidad.

Durante los más de cien días de su mandato actual, el presidente Trump se muestra afanado en imponer unos planes que, según su concepción, devolverán la preeminencia a Estados Unidos y que no dejan de crear tensiones y sembrar incertidumbre en los mercados y en el mundo. Un mundo que observa sorprendido cómo, en la primera potencia militar del planeta, un presidente emprende acciones que a menudo retroceden, como si en una antilógica elemental quisiera desestabilizarse a sí mismo como detentador del poder supremo de la nación.

El reconocido actor estadounidense Michael Douglas no pierde tiempo en proclamar ante el mundo su vergüenza y pide disculpas por el “caos mundial” generado por su presidente Trump. Mientras, el presidente de la Reserva Federal (FED), Jerome Powell, resiste con estoicismo las continuas presiones del primer mandatario de la nación para que renuncie al cargo por su negativa, o tardanza, en reducir de forma drástica la tasa de interés, obviando los indicadores económicos y monetarios que deben tomarse en cuenta para subir, bajar o mantener un determinado porcentaje de esta.

En una época dominada por el vértigo y los algoritmos, además de la hiperconexión que no nos libra de cierto salvajismo, y donde, como bien afirman distintos expertos: “Trump ha vuelto a demostrar que “la mentira resulta rentable”. El mismo profesor Stephen M. Walt, recalca en su reciente artículo citado: “Como se recordará a Trump”: “El problema de Trump, sin embargo, es que su historial en el cargo es, en el mejor de los casos, mediocre y, en el peor, un desastre…” Un claro ejemplo es la agresiva política antiinmigrante que desarrolla cuando las estadísticas demuestran que, desde 1965, es constante el decrecimiento de la población estadounidense. Expertos norteamericanos, desde diversas especialidades profesionales, prevén con alta probabilidad que sus acciones y muchas de sus decisiones produzcan resultados opuestos a los esperados y, más bien, contribuyan a acelerar el pronunciado declive de Estados Unidos frente a sus competidores mundiales, muy especialmente frente a los serenos chinos, que siguen avanzando sin grandes sobresaltos a un lugar privilegiado dentro del nuevo orden mundial.

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