Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
En los pasados 30 años la política dominicana, especialmente la que se ejecuta desde el poder, ha estado dirigida por el mercadeo político o, como se prefiere denominar, el marketing político. Desde esta perspectiva -otros dirían desde este paradigma- el poder es algo así como una mercancía que se exhibe y se compra o rechaza en las elecciones. El consejo de los expertos es, siempre, gobernar para la percepción. La realidad es relevante, pero no en exceso. Lo que se busca, siempre con las mejores herramientas disponibles, es llevar al potencial votante la noción de lo positivo y correcto, de lo bien hecho.
En el día a día se plantea una lucha sin pausa, la de la percepción versus la realidad.
Los gobernantes, cautivos de la percepción, venden, como en la publicidad moderna, la imagen, la apariencia, la forma, lo superficial, la fotografía, el photoshop. Tanto se apegan a esta visión del poder que crean una “realidad” que los encadena y terminan creyendo que su palabra es la Verdad. Lógicamente, la realidad importa poco, porque la magia del espectáculo es tal y la convicción de estos gobernantes es tan absoluta que los gobernados terminan creyéndose equivocados y pesimistas.
Pero la realidad es persistente, terca e insistente. Y, además, exhibicionista. Siempre aflora, siempre se muestra ante los electores, en la salud, en la educación, en los problemas del tráfico, en la informalidad de los trabajadores que a diario luchan para llevar el sustento a sus familias.
Paradójicamente, los gobernantes del marketing político tienen razón, igual que los pocos que buscan el apoyo y la colaboración ciudadana mostrando la realidad. Porque no hay un país, hay dos naciones.
Agregar Comentario