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Se da por sentado que al Padre se llega o se le conoce cuando el ser ha logrado trascender todo lo que humanamente lo somete con sus elementales atractivos a los sentidos. Esa era la vehemencia y el fervor de quienes seguían a Jesús, en respuesta a lo que Él afirmaba: “Al Padre, lo encontraréis en espíritu y verdad”. Esta es una Divina Abstracción que muchos no lograban comprender ni descifrar, porque el cerebro humano debe darle forma a la idea para poder fijarla y entenderla.
Porque esto le respondió Jesús: “Tanto tiempo he estado con vosotros, ¿y no habéis comprendido que el que me ha visto, ha visto al Padre? Porque mi Padre y Yo somos Uno”… Y esta afirmación, desenvuelta para el intelecto, significa que Dios, como Espíritu y energía pura de amor en Jesús, se hizo hombre para ser conocido, y en la verdad como realidad inmutable.
A Dios lo hemos estructurado como una deidad con carácter vulnerable, propio del hombre corriente, colérico, castigador y vengativo. No, Dios como Padre es amor, puro e inconmensurable.
Él es el infinito sin límites. El universo visible es su estructura y cuerpo, y el amor, rebosante de compasión, perdón y misericordia. Dios no juzga; Dios instauró leyes para que fueran ellas las que arbitren las acciones del hombre y, por consiguiente, de todo lo creado. Quien viola las leyes con delitos flagrantes se hace pasible del juicio, por las normas en ellas inscritas.
Por lo tanto, se da por sentado que al Padre se llega o se le conoce cuando el ser ha logrado trascender todo lo que humanamente lo somete con sus elementales atractivos a los sentidos. Cuando el hombre, transitando el interior de su ser, comprende la verdad de que es divino y honra con amor y servicio al Dios que tiene entronizado en el templo de su corazón.
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