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Magdalena, la madre de una víctima de la élite, comparte su dolor

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La acongojada madre contemplaba, desde el quinto piso de un edificio en Los Mameyes, el retrato de su hijo, enmarcado con una imagen de Jesús, que colgaba de una pared de la vivienda.

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La acongojada madre contemplaba, desde el quinto piso de un edificio en Los Mameyes, el retrato de su hijo, enmarcado con una imagen de Jesús, que colgaba de una pared de la vivienda. Hubo minutos de silencio para dar cabida a las lágrimas que surcaban el rostro de Magdalena de León, madre de Juan Emilio de León, una de las víctimas del derrumbe del techo de la discoteca Jet Set, ocurrido la madrugada del martes 8 de abril. Mientras las lágrimas corrían por su cuerpo y con una de sus manos se secaba parte de su cara, observaba desde el quinto piso de un edificio en Los Mameyes el retrato de su hijo, afianzado en una de las paredes, enmarcado con una imagen de Jesús que representa el único consuelo que le ha quedado en estos tres meses y días de duelo. “Siempre estaba conmigo”, fueron las tres primeras palabras que las lágrimas permitieron a Magdalena pronunciar. Su voz entrecortada apenas podía sostener el peso de la ausencia de su hijo, a quien todos conocían como “Bale Juan”. Juan Emilio tenía 36 años. Esa noche asistió a la fiesta de la emblemática discoteca donde cantaba Rubby Pérez con su pareja Yeimi Acosta, de 40 años, quien también falleció en el incidente. A pesar de sufrir de claustrofobia, un miedo a los espacios cerrados, De León decidió ir junto a su pareja para no dejarla sola. No conocía a los demás con quienes compartían mesa, pero eran amigos de Yeimi. Sus familiares no sabían que él había ido al Jet Set, ya que no solía frecuentar lugares cerrados y estaba ahorrando para comprar un apartamento y poder sacar a su madre del edificio donde vivían. “Él me decía que yo no podía estar subiendo estos escalones”, recuerda Magdalena mientras el llanto vuelve a invadir el momento. Madre e hijo se sentaban en la sala para comer juntos. Juan siempre estaba pendiente de que Magdalena comiera, pues ella no es de buen apetito. Ahora, su alimentación depende de las vitaminas para evitar que el dolor afecte su salud. “Ahí tengo vitaminas que me compraron para hacerlo”, cuenta Magdalena, quien aún no soporta el peso de la pérdida del tercero de sus tres hijos. “No me dejó ni siquiera un hijo para tener algo de él; no me dejó nada; me dejó sola”, su voz se volvió aún más frágil cuando dijo eso. EVITANDO EL VACÍO Desde entonces, Magdalena se va a la casa de Margot de León, una de sus hijas, para evitar el vacío que dejó Juan. Cada rincón le recuerda a su hijo, a quien solía ver entrar a su habitación para preguntarle cómo se sentía. “Era cariñoso”, dice. Juan trabajaba en una discoteca al aire libre en la avenida Sarasota y cada vez que terminaba su turno iba directamente a ver a su madre. Para Magdalena, su hijo no estaba en la discoteca, sino que estaba en la avenida España con su pareja disfrutando como solían hacer cuando tenía días libres. El lunes 7 de abril, el día que comenzó la fiesta, Juan le pidió a su madre que buscara su camisa blanca en la lavandería: esa sería la prenda con la que iría a la fiesta. Al otro día se dio cuenta de lo sucedido porque una amiga de su hija la llamó para informarle. Ella se aferró a la esperanza de que su hijo aparecería con vida. De un lado del mueble se encontraba Margot, hermana del fallecido, quien observaba a su madre llorar y ella también lo hacía. Margot recuerda que su hermano, que reside en Estados Unidos, la llamó y le contó lo del derrumbe, pero ella respondió con incredulidad sobre si su otro hermano estaría entre los presentes. Luego, tomó el vehículo y se dirigieron a la discoteca, pero no veía que sacaran a su hermano entre los sobrevivientes, tampoco en los listados oficiales que circulaban en los distintos centros hospitalarios del país. El cuerpo de Juan Emilio fue encontrado cuatro días después. En su corazón, al igual que en el de su mamá, Margot mantenía la esperanza de que él apareciera, y que en caso de haberle caído algo no fuese en su rostro. “Juan Emilio cuidaba mucho su rostro, los dientes y su cuerpo. Solía ir al gimnasio para cuidar su salud física”, dijo. “El escombro le cayó en el pecho; no duró ni un segundo”, concluyó Margot, visiblemente afligida. Juan Emilio ya no está para sentarse a comer con su madre Magdalena, ni para celebrar su cumpleaños número 37 junto con sus seres queridos. Vestido de blanco, en un lugar que no solía frecuentar, su luz se apagó la misma noche que la de su compañera de vida, Yeimi Acosta. Su ausencia sigue ocupando cada rincón de su hogar.

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