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Iñigo Montoya sobrepasaba la materia para conversar con Dios. El Padre Nuestro es la oración primordial, el canto esencial para protegernos de nosotros mismos y enfocar la mirada hacia la voluntad de nuestro Padre Creador.
Erudito y reflexivo, Iñigo Montoya nos brinda una detallada mirada sobre el relato de las religiones monoteístas desde sus comienzos: desde las antiguas creencias humanas que concebían el mundo como una representación del universo, hasta nuestros días en un pequeño planeta de una determinada galaxia del cosmos.
La duda, tan humana, nos fue dada. Iñigo Montoya la abraza y la expone, con planteamientos perspicaces sobre el cosmos, desde las ciencias duras y la filosofía, aderezados con una soltura de goteo espiritual. Explora las transformaciones progresivas, sociedad tras sociedad, en la evolución del Dios omnipotente y omnisciente como necesidad imperiosa ante la amenaza del caos. Un orden divino que impera y calma la sed del vacío de lo que será.
Maestro, y el Verbo hecho carne.
Ataviado de mortal, nos traza el camino de las paradojas. La profundidad de sus parábolas sirve de guía hacia una vida verdaderamente trascendente y con propósito. Iñigo Montoya da el paso. Sin prejuicios ni temor al qué dirán, ofrece su mirada sincera y honesta del camino espiritual, desde la oración fundacional del esqueleto místico de Occidente.
Desde lo sugerido. Con el privilegio de vivir dos vidas en una, forjado por las vivencias y el fango de las caídas en las sórdidas calles de la vida, Iñigo vuelve a sus raíces. Simplifica las grandes preguntas y logra enfocar su mirada hacia el Padre.
Padre Nuestro que estás en los cielos.
Empapado por la sabiduría de los doce pasos, con más de 5,000 segmentos de 24 horas en búsqueda constante del “conócete a ti mismo”, Iñigo Montoya se reconcilia — de lo complejo a lo simple — con sus raíces católicas, apostólicas y romanas.
Provisto de buena voluntad, con su caja de herramientas, conjuga los doce pasos y los doce conceptos: honestidad, esperanza, entrega, coraje, integridad, voluntad, humildad, amor, responsabilidad, disciplina, conciencia y servicio.
De la derrota, emerge el ganador como paradoja.
Transitándo los 17 centímetros de la mente al corazón, Iñigo Montoya canta a Dios. Implora al Padre, para que desde lo humanamente posible, se logre conjugar el “a imagen y semejanza”.
Del polvo de la caída, como un gladiador tropical, se levanta, y enfoca la mirada al mensaje redentor del Padre Nuestro. Intenta ser uno más. Desoye los ladridos juveniles de los perros del Señor en la Santo Tomás de Aquino, para caminar hacia los brazos del Redentor, guiado por la sabia y amorosa Patricia, su Juana de Arco, desde su impronta de orfebre de las palabras como periodista, e impenitentes argumentos de abogada.
Gumercindo Fernández, el que venció tempestades y desafió tormentas, y Jacques Ponty, quien balbucea estas palabras junto a los demás integrantes de la Peña El Despertar, saludamos y agradecemos el regalo de tu mirada al Padre Nuestro.
Como náufragos, con el regalo de la serenidad, aceptamos con valor y sabiduría. Reconciliados con el Padre, podemos apreciar el verdadero valor de la vida. Dispuestos con buena voluntad, nos enfilamos ante tu visión y recitamos la oración fundamental de nuestro Dios Todopoderoso, Gran Arquitecto Supremo del Universo:
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