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Películas de acción en el cine dominicano: el camino recorrido en 15 años hasta “A tiro limpio”

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Significaba apostar por una madurez de estilo, por personajes más complejos, por un discurso más claro sobre el país que habitan.

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La evolución comenzó, con claridad, en 2009, con “La soga”, dirigida por Josh Crook y protagonizada por Manny Pérez, y siguió con otros títulos como “Jaque mate”, “Detective Willy” y “Código paz”

En el aún en desarrollo panorama del cine dominicano, el género de acción ha sido, por años, un territorio inestable: explorado con entusiasmo, pero no siempre con profundidad.

“A tiro limpio”, que se estrenará a partir del 7 de agosto, es el primer largometraje de Jean Guerra, y representa un paso firme en ese trayecto.

No solo porque expande un cortometraje previamente celebrado, sino porque confirma que el cine de acción hecho en República Dominicana ya no es una anomalía.

Ahora es un lenguaje propio, con códigos locales, tonos híbridos y un público receptivo.

La pieza original — dirigida también por el hijo del cantautor Juan Luis Guerra — era breve y precisa: una muestra de dominio técnico y narrativo que jugaba con el suspenso, la violencia y el drama urbano sin perder de vista lo humano.

Llevar esa historia a un largometraje no implicaba solo extender su duración. Significaba apostar por una madurez de estilo, por personajes más complejos, por un discurso más claro sobre el país que habitan. Y “A tiro limpio” lo consigue.

La película combina persecuciones, traiciones, venganzas y códigos del thriller clásico, pero los reinterpreta desde lo dominicano, sin caer en la imitación fácil ni en la caricatura.

Este estreno, sin embargo, no surge de la nada. Es el último capítulo de una evolución que comenzó, al menos con claridad, en 2009, con “La soga”, dirigida por Josh Crook y protagonizada por Manny Pérez. Aquella cinta marcó un antes y un después.

Su antihéroe era distinto a todo lo visto hasta entonces en la pantalla nacional: un sicario con conciencia, atrapado entre la justicia y el crimen.

“La soga” fue directa, violenta, urbana. Mostró sin tapujos una realidad marcada por la corrupción, el sicariato y la impunidad.

Sus secuelas, “La soga 2: Salvation” (2021) y “La soga 3: Vengeance” (2023), ambas dirigidas por el propio Pérez, consolidaron una trilogía que, más allá de su ejecución, apostó por la continuidad narrativa — algo poco frecuente en nuestro cine — y por un universo ético con dilemas claros.

Paralelamente, otros cineastas comenzaron a experimentar con las posibilidades del género. “Jaque mate” (José María Cabral, 2011), por ejemplo, apostó por un thriller en tiempo real, con estética de noticiero televisivo y atmósfera claustrofóbica.

Cabral repetiría el interés por la acción desde un ángulo lúdico en “Detective Willy” (2015), una comedia de aventuras que mezclaba cine negro con sátira local.

El cine dominicano de acción, como es evidente, no es uniforme. Títulos como “Código paz” (Pedro Urrutia, 2014) introdujeron una estética más estilizada, cercana a los modelos internacionales, sin perder el ritmo narrativo ni la sensibilidad dominicana.

Urrutia demostraría nuevamente su pulso en “Carta blanca” (2021), donde la corrupción institucional y la violencia estatal se vuelven protagonistas de un relato que alterna entre lo policial y lo dramático.

También hubo espacio para la irreverencia. “No hay más remedio” (José Enrique Pintor, 2014) combinó acción y comedia en un relato de enredos con atracadores torpes y sueños imposibles.

Mientras que “Los Súper” (Bladimir Abud, 2013) imaginó una especie de tragicomedia de barrio protagonizada por superhéroes dominicanos: marginales con buenas intenciones que, entre risas y decepciones, trataban de cambiar su entorno.

Estos filmes, más que seguir recetas hollywoodenses, se apropiaron del género para reírse de sus convenciones, adaptarlas, dominicanizarlas.

Otro ejemplo notable es “La gunguna” (Ernesto Alemany, 2015). Aunque no es una película de acción en el sentido clásico, su estructura coral gira en torno a un arma de fuego que pasa de mano en mano, simbolizando poder, ambición y fatalismo.

Su tono de fábula trágica y su aguda crítica social la convierten en una pieza indispensable para entender cómo la acción puede ser un vehículo de reflexión sobre la violencia estructural.

El cine dominicano también ha incorporado la acción desde otros géneros. “Veneno: primera caída – El Relámpago de Jack” (Tabaré Blanchard, 2018) usó la lucha libre como símbolo de resistencia, memoria y espectáculo.

Con una puesta en escena potente y secuencias de combate de alta factura, la cinta demostró que los héroes populares dominicanos pueden tener una narrativa visual digna de los grandes relatos épicos del cine.

En 2022, Blanchard volvió con “El App”, un thriller tecnológico que, aunque se distancia del género de acción tradicional, plantea un conflicto donde el poder de una invención tecnológica pone en riesgo al protagonista.

La tensión se construye desde la paranoia, las consecuencias de la ambición y los dilemas éticos, integrando elementos del suspenso contemporáneo a una historia con ecos de ciencia ficción.

Otras propuestas son “Dos policías en apuros” (Francis Disla, 2016) o “Catastrópico” (Jorge Hazoury, 2017).

Ellos apostaron por la espectacularidad y el humor, aunque con resultados dispares. En ellas se percibe una búsqueda: entretener al gran público, conectar con el espectador desde la risa, pero sin abandonar del todo la estructura del cine de acción clásico.

Lo que todas estas películas tienen en común es un deseo: contar historias dominicanas con las herramientas del cine de género.

La acción, lejos de ser un simple despliegue de balas y explosiones, se convierte en un lenguaje para hablar de desigualdades, de corrupción, de sueños frustrados y de pequeñas rebeldías. En otras palabras, un vehículo para poner en pantalla las tensiones cotidianas de nuestra sociedad.

A tiro limpio, Jean Guerra, con este debut, se une a una generación que entiende que el cine de acción no es menor, ni simplón. Que detrás de cada persecución puede haber algo importante. Que cada balazo puede tener peso dramático si se construye desde el personaje, desde la emoción, desde el conflicto real.

Todavía quedan retos. Aún hace falta una mayor presencia femenina en roles protagónicos dentro del género. Aún se puede exigir más riesgo formal, más experimentación narrativa. Pero el camino está despejado. El cine dominicano ha dejado de disparar al aire. Ahora apunta con intención.

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