Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
La desnutrición se cobró la vida de otras cinco personas, entre ellas un bebé y dos niños, en las últimas 24 horas en Gaza, según el hospital Al Shifa de la zona palestina.
El pequeño Hood Arafat, que solo tenía unos diez días de vida, no tuvo acceso a leche de fórmula. Su madre, también con problemas de malnutrición, no pudo amamantarlo.
El número total de víctimas por desnutrición desde el comienzo de la ofensiva israelí contra la Franja asciende a 127, de las cuales 85 eran niños, según datos del departamento de Sanidad de Gaza.
El hambre es la forma en que nuestros cuerpos nos avisan que es momento de buscar alimento, comer y seguir viviendo.
Es un instinto muy poderoso que se genera cuando el cerebro detecta cambios en los niveles de hormonas y nutrientes en la sangre.
Son una variedad de señales provenientes de diferentes partes del sistema digestivo y del torrente sanguíneo, además de una serie de factores químicos y metabólicos.
Puede ser un sonido de tripas, dolor, baja energía, confusión, mal humor; todos son síntomas de que tu cuerpo necesita alimentarse y te está enviando señales de todas partes.
Estos son los sistemas y órganos involucrados en crear esa importantísima sensación de hambre:
El vago es uno de los principales nervios que une el cerebro con todos los órganos del cuerpo.
En el caso del hambre, actúa como una superautopista que conecta el sistema digestivo con el cerebro.
Así es como el cerebro se mantiene al tanto de los diferentes nutrientes que tienes en el intestino y de qué tan lleno o vacío está tu estómago.
La señal de saciedad se activa cuando el alimento pasa del estómago al íleo (el primer tramo del intestino delgado), lo que genera la secreción de péptido YY y el mensaje de “estoy lleno”.
Ese proceso tarda unos 20 minutos, por lo que uno puede haber comido más de lo suficiente antes de sentirse saciado. Por eso se recomienda comer despacio, para darle una oportunidad al estómago de avisarle al cerebro.
Cuando tu estómago lleva vacío más de dos horas, comienza a contraerse para empujar la comida que queda hacia el intestino delgado.
El movimiento de la comida, mezclada con los jugos gástricos y el aire, produce un ruido llamado borborigmo o, lo que comúnmente llamamos “me suenan las tripas”.
Aunque esos crujidos se dan sin importar si hay comida o no, por lo general son más comunes cuando han pasado varias horas desde que has ingerido alimentos, por lo que se asocian más con el hambre.
Los sonidos pueden ser motivo de vergüenza social, pero son una función normal de la digestión, y si las tripas nunca te suenan, podría ser una indicación de obstrucción.
Las células en el estómago y en el intestino producen ghrelina, conocida como la hormona del hambre.
Actúa en sentido contrario del péptido YY, enviando señales al hipotálamo para estimular el apetito.
Altos niveles de ghrelina en el tracto gastrointestinal están asociados con la obesidad.
Hay estudios que señalan que el consumo de ciertos alimentos, particularmente los que se clasifican como “comida emocional”, pueden subir los niveles de ghrelina en humanos sanos, generando un ciclo de mayor consumo y hambre que puede derivar en obesidad.
Cuando se acerca tu hora habitual de comer, tu páncreas (un órgano glandular que se encuentra detrás del estómago) empieza a secretar insulina.
La insulina tiene dos funciones: ayudar a convertir el alimento en combustible para las células del cuerpo y regular los niveles de azúcar en la sangre.
La secreción de insulina antes de que comamos crea una baja de glucosa, y es por eso que, cuando tenemos hambre, podemos experimentar debilidad corporal y confusión.
Los nutrientes clave en tu sangre, incluyendo glucosa, aminoácidos y ácidos grasos, están a sus niveles más bajos cuando tienes hambre.
La glucosa viene de la descomposición de almidones y te da energía.
Por su parte, los aminoácidos son metabolizados de las proteínas que consumes y son cruciales en el mantenimiento y crecimiento del tejido muscular.
Finalmente, los ácidos grasos también son esenciales, como el omega 3 que se encuentra en el pescado, y contribuyen al sistema autoinmune, combatiendo alergias y enfermedades crónicas.
Pero no te vayas llenando de papas fritas cuando sientas hambre. Una dieta equilibrada de almidones, proteínas y grasas es óptima para la buena salud.
Es prudente prestar atención cuando nuestro cuerpo nos indica que tenemos hambre.
Muchas personas suelen estar de mal humor cuando no han comido y se vuelven difíciles de tratar.
Pero el hambre va más allá en sus efectos en el cerebro.
Estar hambriento te puede volver impulsivo y reduce tu capacidad de tomar decisiones a largo plazo.
La actividad intelectual también sufre. Es por eso que se suele recomendar tomar un buen desayuno balanceado antes de entrar a un examen.
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