Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
Cádiz (1973) Redactor y editor, especializado en tecnología. Escribe de manera profesional desde 2017 para medios y blogs en español.
Pasamos horas deslizando el dedo por las pantallas, mirando vidas ajenas, mostrando la nuestra. Creemos que somos adictos a las redes sociales, que no podemos vivir sin ellas. Y quizá sea cierto. Pero, ¿y si el problema no es solo adicción? ¿Y si lo que realmente nos causan las redes es algo más profundo? Algo relacionado con cómo nos sentimos con nosotros mismos. Con la inseguridad. Ya que tal vez, en lugar de atraparte, las redes sociales te hacen sentir pequeño.
Publicas algo y esperas. Un “me gusta”, una reacción, un mensaje. Algo que te confirme que valió la pena compartir. Algo que te devuelva una imagen idealizada de ti. Pero si no llega, o llega menos de lo esperado, aparece una sensación incómoda. El problema no es querer cerrar la app. El problema es cuestionarte si eres suficiente.
Compararse es inevitable, aunque no lo admitas
Abrimos Instagram o TikTok para entretenernos, pero el algoritmo sabe mejor que nosotros qué nos duele. Nos enseña vidas perfectas, cuerpos esculturales, casas impecables, relaciones idílicas, viajes imposibles. Y aunque sepamos que no todo es real, nuestro cerebro interpreta esa constante comparación como un juicio. Uno del que casi nunca salimos bien.
Las redes sociales no solo muestran, también excluyen. No estar en una story, no ser mencionado, no recibir likes. Pequeñas cosas que, sumadas, minan la autoestima. Y sin darnos cuenta, buscamos en las notificaciones algo parecido al afecto. Pero lo que recibimos muchas veces es ansiedad, duda, vacío.
No siempre es comunicar, a veces es pedir ayuda
¿Y si muchas de las publicaciones que hacemos son en realidad una forma de buscar validación? Mostrar una comida bonita, una tarde feliz, un selfie con filtro. No porque queramos informar, sino porque buscamos sentirnos bien con nosotros mismos. Que alguien diga “qué guapo estás”, “qué bien vives”, “yo también quiero eso”.
Y no hay nada malo en compartir, pero cuando la necesidad de ser visto se convierte en una dependencia emocional, estamos entregando nuestra autoestima al algoritmo. Es como si nos midiéramos en público todo el tiempo, esperando que los demás nos devuelvan una versión más aceptable de lo que somos.
Redes sociales e inseguridad en un círculo vicioso
Cuanto más inseguro te sientes, más buscas validación. Cuanta más validación necesitas, más tiempo pasas en redes. Cuanto más tiempo pasas, más te comparas. Y así se forma un bucle difícil de romper. Lo que parecía diversión se convierte en una fuente constante de duda. Y muchas veces, ni siquiera somos conscientes de que esa ansiedad que sentimos tiene que ver con una publicación que no funcionó, una historia que nadie respondió o un perfil que nos hizo sentir menos.
La inseguridad no siempre grita. A veces se manifiesta como necesidad de aprobación constante, como miedo a desaparecer del radar, como urgencia por tener algo que mostrar.
No se trata de irte, sino de quedarte contigo
No tienes que cerrar tus cuentas ni renunciar al móvil. Pero sí puedes hacer algo muy poderoso: revisar por qué estás ahí y cómo te sientes después de usarlo. ¿Te anima o te hunde? ¿Te conecta o te hace sentir más solo? ¿Compartes lo que te representa o lo que crees que esperan de ti?
La próxima vez que abras una red social, pregúntate si lo haces por placer o por necesidad. Y si descubres que te sientes más inseguro después, quizá no estés enganchado. Quizá solo estés buscando algo que solo puedes darte tú: validación real, interna, sin filtros.
Porque al final, las redes sociales no crean inseguridad, la amplifican. Y no es cuestión de culpa, sino de conciencia. Reconocerlo ya es un primer paso para empezar a usarlas sin que te usen a ti.
Agregar Comentario