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Nadie sabe qué se negoció en Alaska. No se ha anunciado pacto alguno. El temor generalizado a una segunda Yalta o a un segundo Múnich parece haberse evitado, aunque faltan datos concretos.
“No lo conseguimos, pero ha habido progresos”, según Trump (BBC). “Gestos de amistad, pero ningún acuerdo sobre Ucrania” (The New York Times). “Regalo de Trump a Putin” (The Economist). “Trump y Putin terminan su cumbre en Alaska sin acuerdo” (The Moscow Times). “Los dos mandatarios dicen que se han entendido en muchos puntos sin anunciar acuerdo alguno” (Le Monde). “Trump y Putin terminan la cumbre sin acuerdo sobre Ucrania antes de lo previsto” (The Washington Post)…
Las reacciones instantáneas de los principales medios internacionales a la primera cumbre ruso-estadounidense en cuatro años fueron más o menos unánimes. La reunión, rodeada de extraordinario interés, duró apenas tres horas, la mitad del tiempo que muchos esperaban, y concluyó con unos 10 minutos de declaraciones a la prensa, sin preguntas y con tanta o más incertidumbre y prisas con que se convocó. Algo inusual en un presidente tan locuaz y egocéntrico como Trump.
Nadie sabe a estas alturas qué se ha negociado en Alaska. No se ha anunciado acuerdo alguno. El temor generalizado a una segunda Yalta o a un segundo Múnich -el abandono de Ucrania por Estados Unidos como la Inglaterra de Chamberlain abandonó a Checoslovaquia en manos de Hitler en 1938- parece haberse evitado, aunque faltan datos sólidos que lo confirmen o desmientan.
Teniendo en cuenta lo que estaba en juego -el futuro de Ucrania y de la seguridad europea-, en realidad la falta de datos puede ser el mejor de los resultados de un encuentro mal gestionado y planteado desde el minuto uno: el presidente ruso, Vladimir Putin, negociando el futuro de Ucrania con Donald Trump, no con Zelenski, algo que el inquilino del Kremlin llevaba años intentando conseguir.
Putin, como escribe el profesor Steven Pifer en la Brookings, intenta que Trump respalde sus exigencias maximalistas incluidas en el memorándum del 2 de junio. Si el estadounidense cae o ha caído ya en la trampa o ha defendido con firmeza la contrapropuesta acordada el miércoles por Kiev y los dirigentes europeos, está por ver. Esa contrapropuesta incluía un alto el fuego incondicional para empezar a negociar en serio, intercambios limitados y equilibrados de territorio, y garantías de seguridad para Ucrania.
Rompiendo con lo habitual en la actual Casa Blanca, el visitante habló primero. “Para lograr una paz duradera, a largo plazo, hay que eliminar las causas originales del conflicto”, afirmó Putin. No concretó ninguna de ellas, pero en los mismos términos se ha referido incluso desde antes de la invasión, en febrero de 2022, en referencia a la desmilitarización de Ucrania y al bloqueo de su ingreso en la OTAN, que el Kremlin considera necesarias frente a la amenaza existencial que para Putin representa un vecino integrado en la Alianza y en la UE.
Algunos de los rusos que mejor conocen a Putin, como el activista democrático Vladimir Kara-Murza, coinciden con él en que una paz duradera sólo es posible eliminando las causas primarias, más profundas, de la crisis. Claro que, en su opinión, la causa principal no es la independencia y soberanía de Ucrania, como repite Putin, sino un ex oficial del KGB que ve en el colapso del imperio soviético la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX, que llama a sus adversarios traidores, considera a Ucrania un Estado artificial e idolatra a Stalin y a Andropov.
A esa causa, el profesor Alexander J. Motyl, uno de los principales expertos en Rusia y Ucrania, añade otras dos: “La cultura política imperialista y el fascismo ruso, ambas encarnadas en Putin”. En su opinión, “la guerra seguirá en Ucrania y en otras partes mientras se mantenga esa tríada impía”.
“No hay acuerdo hasta que se consigue”, dijo Trump en Alaska, “pero hemos tenido un encuentro muy productivo. Ha habido acuerdo en muchos puntos, en unos pocos no, algunos de ellos sin importancia, uno probablemente es el más importante, y no lo hemos logrado, pero hay grandes posibilidades de conseguirlo. Espero verte pronto de nuevo”.
Habrá que esperar probablemente a las explicaciones de Trump al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, en su encuentro del próximo lunes, para desentrañar las múltiples sombras de la cumbre del viernes.
Para Ucrania y sus vecinos europeos, escribió David Sanger en el New York Times, “es un alivio que Trump no cediera (que sepamos en las horas siguientes a la reunión) a ninguna de las demandas territoriales de Putin”, pero la entrevista concedida a Sean Hannity, de la Fox, tras la cumbre, la alfombra roja, los elogios personales, el paseo en la Bestia (coche oficial del presidente) sin intérprete por Anchorage, el recibimiento en la base militar más importante de Alaska, las palmaditas en el hombro y la escolta aérea de un B-2 y 4 F-35, constituyen un triunfo diplomático claro del presidente ruso, a quien Donald Trump ha devuelto a la gran mesa de la diplomacia mundial y sacado del ostracismo al que estaba sometido en Occidente desde la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022.
Desde que bajó del avión, el viaje de Putin al que es el estado más grande de EEUU fue una victoria para él. “El encuentro en la base militar Elmendorf-Richardson (desde los años 40 del siglo XX, una de las más importantes de EEUU en su pulso estratégico con Rusia en el Ártico), ha transformado a Putin de paria en invitado de honor en suelo estadounidense”, subrayó el Economist.
Ni comunicado conjunto, ni rueda de prensa, ni encuentro a solas, ni almuerzo de trabajo de las delegaciones tras la reunión, ni palabra de sanciones o de nuevo acuerdo nuclear bilateral cuando caduque en febrero el último en vigor, ni de grandes negocios económicos… No hubo nada de ello. ¿Garantías de seguridad para Ucrania si se llega finalmente a un acuerdo? Ninguna mención. Si el encuentro fue “de 10”, como confesó Trump a Hannity, nada ha trascendido que lo demuestre.
Que se sepa, Putin no ha hecho concesión alguna y, aun así, ha recuperado el diálogo bilateral que quería con EEUU, como si, de verdad, fuera “la segunda potencia del mundo” (palabras de Trump que China y cualquiera con estudios internacionales de primaria habrá recibido con sorpresa).
A Sanger, la primera visita de Putin a EEUU fuera de la asambleas generales de la ONU, desde 2007, le recordó al encuentro de Trump con Kim Jong-un, el líder de Corea del Norte, hace siete años: “Abrazos, apretones de manos, cartas de admiración mutua y adelante con la nuclearización”.
Mientras asistíamos a un intercambio de elogios en Alaska, en la noche del viernes al sábado, Rusia lanzaba, según Kiev, un misil antiaéreo Iskander, 85 drones Shahed y otros muchos drones señuelo contra objetivos en Donetsk, Sumy, Chernihiv y Dnipropetrovsk. La defensa antiaérea ucraniana pudo abatir 61 de ellos. El Estado Mayor ruso, por su parte, dijo que destruyó 29 drones ucranianos que sobrevolaban regiones rusas, 10 sobre Rostov y nueve sobre Stavropol. La guerra sigue.
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