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La artista visual Damaris Aleiny Encarnación y su obra Higuemota, junto a sus memorias.
Con el firme propósito de ser pintora, una joven sanjuanera se marchó a Sicilia, Italia, estableciéndose en la pequeña ciudad de Giarre; allí, de la mano de dos grandes maestros de las plásticas, Gian Bertucci y Lucia Rocca, perfeccionó los estudios que ya había cursado en la Escuela de Bellas Artes y en la Universidad Apec.
Hoy les presento a Damaris Aleiny Encarnación, retratista del paisaje humano, una de las figuras más reconocidas del arte contemporáneo en San Juan de la Maguana.
Inicialmente, por voluntad de sus padres, durante cuatro años estudió piano y lectura musical, pero ella deseaba ser pintora y en el mismo período, de forma ”clandestina” (ya que no estaba permitido matricularse en cursos diferentes), tomaba clases de dibujo y pintura.
Tenía un renombre en Europa y comenzó a pintar obras que retrataban no solo el paisaje sino el pasado y el presente de su pueblo.
Sus obras de temas exploratorios llamaron tanto la atención que se convirtió en una figura esencial.
Deseosa de compartir lo aprendido, fundó la “Escuela de dibujo y pintura Aleiny’s”. Con 25 años de actividad, decenas de niños, adolescentes y adultos egresados dan testimonio de su preocupación por el despertar y desarrollo del arte en la comunidad donde nació.
Realizar estudios en Europa fue fundamental para ella, conocer otras escuelas y culturas la motivaron a enfocarse en sus raíces, dedicando tiempo a las herencias de nuestros antepasados. Así fue como comenzó a identificarse con los taínos, profundizando en las vidas y costumbres de estos en la isla de Quisqueya.
Desde su hogar en un elegante ensanche de San Juan, donde la visité para conversar sobre su trabajo, habló de las enseñanzas adquiridas desde que leyó el primer libro que se escribió en América: “Relación acerca de las antigüedades de los indios”, del monje Ramón Pané, súbdito del segundo viaje del Almirante, quien le ordenó escribirla.
Tras horas de lectura quedó conmovida por el drama de los taínos, especialmente de la mujer; a partir de ahí le dio sentido y profundidad social a su obra.
Según lo leído, la ciguapa (mujer de belleza pura y de pies deformes) perdía la virginidad a causa del pájaro carpintero que penetraba su parte íntima; esto era lo que se les decía a los taínos, pero la verdad era que las doncellas de las tribus eran capturadas, llevadas ante un señor llamado Guayona, y este las convertía en mujer; luego las liberaba.
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Las mujeres invocaban al dios de la noche para que hicieran algo por ellas hasta que un día pudieron encadenar al Guayona por su miembro.
De esa y otras leyendas nace una colección de pinturas que, desde que la visité por primera vez me cautivaron; entre estas Amor de conuco, La ciguapa, I’ro Karaya (diosa luna); Higüemota (hija de Anacaona), y Guayona; son obras que más la representan por la curiosidad que le despierta el tema y porque le causa tristeza el maltrato a la mujer.
Damaris Aleiny Encarnación cree en la historia y manda este mensaje a sus colegas: “Los artistas tenemos que pintar cosas que cuenten algo, que cada vez que alguien vea lo nuestro, se produzca un diálogo entre el creador, la obra y el espectador”.
En su ideal, el arte sirve para dejar una huella y hablar a través del tiempo, según la interpretación de cada época, la que le corresponda al artista. Lo que se hace ahora será un legado para otras generaciones.














