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Observar a un motorista transitando en dirección opuesta, con movimientos erráticos y temerarios en la Winston Churchill, en busca de un atajo, es una escena que antes parecía inusual y hoy es algo cotidiano en avenidas y barrios de Santo Domingo, bajo la mirada impotente de todos.
La trasgresión de las normas de tránsito en República Dominicana es el espejo roto de la sociedad. Y lo grave es que en él nos vemos reflejados todos, ya que el tránsito es el espacio de convivencia más transversal del día a día, donde manifestamos nuestro estrés, ansiedad, frustraciones, inteligencia emocional, violencia e incluso alegrías.
La burla sobre ruedas no es exclusiva de motoristas. La protagonizan carros de concho deteriorados que obstruyen vías; autobuses que compiten por pasajeros; además de patanas con manejo arriesgado y volteos cargados con rocas gigantes sin protección de lonas, que se convierten en una amenaza para quienes circulan cerca.
Incluso los peatones incumplen las normas con frecuencia: cruzan fuera de los pasos de cebra, desafían los semáforos en rojo y, en vez de usar los puentes peatonales, se lanzan a atravesar avenidas tan anchas como Las Américas o la autopista Duarte. El puente de la Kennedy con Máximo Gómez es el mejor ejemplo. Siempre comento, a modo de anécdota, que he visto a perros usar esos puentes.
Sin embargo, los motoristas son quienes más sobresalen. Sus infracciones incluyen ignorar semáforos, transitar por aceras, circular por túneles y elevados, llevar hasta tres personas o recorrer tramos en dirección opuesta como si huyeran de algo, y muchos reaccionan con violencia si se les llama la atención por sus faltas. Para ser justos, muchos conducen bien, pero las malas prácticas de los deliverys, mensajeros, motoconchos y motoristas de pasajeros por aplicación generan la percepción colectiva.
Este drama lo padecemos todos: ricos y pobres, creyentes y ateos, mujeres y hombres, jóvenes y mayores, empresarios y obreros, desempleados y estudiantes.
Lo más indignante es que ocurre a la vista de agentes de la DIGESETT. En la intersección de la 27 de Febrero con Lincoln es común que grupos de motoristas crucen en rojo sin consecuencias. Pero si lo hiciera un conductor en un vehículo privado, con perfil de pagar una multa, sería de inmediato fiscalizado. En su defensa podrían alegar que funcionarios de baja categoría usan franquicias para que les abran paso, provocando congestión gigante. Una especie de “aquí todo vale”.
Las infracciones más frecuentes incluyen no usar casco, conducir sin seguro ni licencia, ignorar la luz roja, exceso de velocidad y uso del celular al manejar. La Ley 63-17 busca regular la movilidad, el transporte terrestre y la seguridad vial, pero, sin embargo, vivimos en una anarquía tolerada, con sanciones aplicadas de manera selectiva.
El país ocupa el primer lugar mundial en tasa de muertes por accidentes de tránsito, con 65 muertes por cada 100,000 habitantes, según World of Statistics. En 2024 murieron 3,114 personas en las vías. El 38 % tenía entre 15 y 29 años y casi 7 de cada 10 eran motoristas.
El costo no se mide solo en vidas. Los accidentes saturan hospitales, ocupan camas, requieren cirugías, prótesis y largos procesos de rehabilitación. El Estado podría gastar más de RD$2 millones por un paciente. El saldo es aún mayor: miles de familias enlutadas, huérfanos, viudas y ciudadanos productivos convertidos en dependientes. El tránsito es una fábrica silenciosa de dolor y empobrecimiento.
El problema se agrava por el crecimiento descontrolado del parque vehicular. Al cierre de 2024 había 6,194,052 vehículos, un incremento de 6.6 % respecto al año anterior. Más de la mitad son motocicletas (57 %), lo que equivale a 3.5 millones.
El caos nos obliga a preguntarnos: ¿qué dice de alguien que se adueña de un tramo de calle, que se cuela en una fila de vehículos o que, borracho, ignora un semáforo en rojo repetidamente? No son simples imprudencias, sino señales de un deterioro cívico que aviva el colapso vial.
Es urgente que se cumpla con la educación vial plasmada en leyes, en decisiones de tribunales y en el Plan Nacional por la Seguridad Vial 2025, para avanzar hacia la esperanza.
Aunque mientras las burlas sobre ruedas permanezcan impunes, viviremos en una sociedad que va en sentido contrario.
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