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Compartir es un equívoco

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Y aunque ese título sigue aumentando a la vez que suben el peso, la viveza y la gracia de mi bebé, prácticamente, aún no la muestro en redes sociales.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Ayer celebré seis meses de ser madre. Y aunque ese título sigue aumentando a la vez que suben el peso, la viveza y la gracia de mi bebé, prácticamente, aún no la muestro en redes sociales. El motivo: no he dejado que mi ego supere mi conciencia sobre lo que significa compartir información sobre mi hija, un ser que aún no es consciente de su propia existencia.

Aunque pareciera que ganamos más de lo que perdemos al publicar en las redes sociales nuestro día a día, el peligro al que nos exponemos con ello puede ser muy perjudicial para quienes más queremos: nuestros hijos. El sharenting, como se denomina en inglés el concepto de compartir (share) la paternidad (parenting) en las redes, es ahora más que habitual. Pero hacer públicos tantos detalles de nuestros hijos, más que demostrar el amor que les tenemos, es evidenciar cuánto deseamos que la gente nos admire a nosotros mismos.

Madres y padres orgullosos resaltan en sus publicaciones desde las ecografías hasta las caídas de dientes o el primer día de colegio de sus hijos. ¿Por qué o para qué lo hacen? Tal vez lo malo no está en hacer una que otra publicación donde los protagonistas sean nuestros niños, sino en la avalancha de información que van regando por la red global, un monstruo inabarcable que puede engullirnos si le entregamos tantos datos que no tendrían por qué ser compartidos.

Pero a la gran mayoría le gana el ego. Porque, al final, nuestros hijos son ‘nuestros’. Y, efectivamente, son lo más hermoso que tenemos. No hay nada más precioso que un ser humano pueda crear que otro ser humano. No obstante, el hecho de que los niños dependan de sus padres en casi todos los sentidos no debería darles derecho a estos a que abusen de esa potestad para sobreexponerlos en el complicado entorno digital.

Nada de esto preocuparía en lo más mínimo si no fuera porque al publicar contenido sobre nuestros pequeños estamos creando una huella digital sin el permiso de los adolescentes o adultos que algún día serán. O porque gran parte del material incautado a pederastas suele ser imágenes no sexualizadas de menores en su vida diaria. O porque existen comerciantes de datos especializados en crear expedientes digitales sobre nuestros hijos. O porque con inteligencia artificial creen imágenes malintencionadas a partir de las fotos que subimos de ellos. E incluso porque lleguen a convertir a nuestros niños en un meme que se haga viral y que más adelante les avergüence hasta el dolor.

En lo que se refiere a información sobre nuestros hijos, compartir es un error. Porque — incluso mientras lo desconocen — su identidad, intimidad y privacidad les corresponden solo a ellos, a nadie más.

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