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La violencia intrafamiliar en República Dominicana no es un hecho aislado ni repentino, posee raíces profundas, frecuentemente invisibles, que se alimentan del trauma no resuelto, del dolor transmitido, y de una salud mental desatendida por años.
En cada golpe, grito o humillación, no solo hay una conducta violenta: también hay una historia emocional sin curar.
Desde una perspectiva clínica, la relación entre salud mental y violencia en el hogar es directa. Individuos con trastornos no diagnosticados, elevados niveles de estrés, ansiedad crónica, problemas de control de impulsos o traumas infantiles no tratados, suelen replicar patrones de agresión como una manera de canalizar el malestar que desconocen cómo expresar de otra manera.
Muchos agresores fueron, en su infancia, víctimas. Golpeados, ignorados, humillados o criados en ambientes caóticos donde la violencia era parte del lenguaje diario.
Cuando estas heridas emocionales no se abordan, se convierten en conductas aprendidas que se repiten generación tras generación.
En consulta, encontramos adultos con baja tolerancia a la frustración, ira descontrolada, celos patológicos, dependencia emocional o incapacidad para dialogar sin agredir.
Son personas que no desarrollaron habilidades de autorregulación emocional ni recibieron ejemplos de convivencia saludables.
Los casos de feminicidios, maltrato infantil y abuso psicológico han aumentado en los últimos años, según informes del Ministerio de la Mujer y del Observatorio de Seguridad Ciudadana.
En muchos de estos casos, hay antecedentes de violencia previa no denunciada, y un entorno familiar donde la salud mental está totalmente ausente de la conversación.
Las mujeres que viven bajo amenaza, los niños que crecen en ambientes de gritos e insultos, los adultos mayores que son víctimas de abandono o agresión, están cargando un trauma acumulativo que afecta su desarrollo emocional, su salud física y su capacidad de establecer relaciones saludables.
En la República Dominicana, varios factores empeoran esta conexión entre salud mental y violencia doméstica:
* Falta de acceso a servicios psicológicos, especialmente en comunidades rurales.
* Estigmatización de los trastornos mentales, que impide la búsqueda de ayuda.
* Normalización de la violencia como forma de disciplina o control en las relaciones.
* Ausencia de educación emocional en las escuelas y hogares.
* Alcoholismo y abuso de sustancias, que muchas veces encubren problemas psicológicos profundos.
Atender la salud emocional desde la prevención es una de las claves para romper el ciclo de la violencia.
La psicoterapia no solo trata trastornos: también enseña a gestionar emociones, resolver conflictos, sanar heridas del pasado y construir lazos desde el respeto.
Un adulto que aprende a expresar su enfado sin violencia, que identifica los patrones tóxicos que repite, y que trabaja su autoestima, tiene menos probabilidades de agredir o permitir la agresión.
De igual modo, una víctima que entiende que no merece el maltrato y que recibe apoyo terapéutico, tiene más herramientas para salir del círculo de violencia.
Este no es un problema privado. Es un asunto público que requiere acción conjunta:
* Fortalecer las unidades de atención psicológica en hospitales y fiscalías.
* Integrar la salud mental en programas de protección a víctimas de violencia.
* Capacitar a policías, fiscales, jueces y trabajadores sociales en primeros auxilios emocionales.
* Crear campañas educativas que hablen sobre trauma, relaciones sanas y manejo emocional.
También es necesario que desde los medios de comunicación, las iglesias, las escuelas y los espacios comunitarios se fomente una cultura de salud mental.
Hablar de terapia no debe ser motivo de vergüenza, sino de valentía.
No basta con denunciar al agresor. Es crucial entender qué lo llevó a actuar así. No basta con rescatar a la víctima. Es necesario acompañarla en su proceso de recuperación emocional. Si no abordamos las raíces psicológicas de la violencia, seguiremos cosechando dolor.
Porque el trauma, si no se trata, se transmite. Pero también puede transformarse, si decidimos mirarlo de frente.
En el Centro Calma Alma lo vemos cada día: personas que, con ayuda profesional, logran romper ciclos de violencia familiar, sanar heridas del pasado y construir una nueva historia emocional.
Sí, es posible, pero necesitamos voluntad, recursos y una sociedad que coloque la salud mental donde merece estar: en el centro del bienestar humano.
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