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NUEVA YORK – Al igual que el fascismo en los años 30, el populismo de derecha actual se extiende como un virus, y cada país se contagia con su propia cepa según su cultura e historia local. Así como el fascismo católico en Portugal no era lo mismo que el nacionalsocialismo en Alemania, el culto al expresidente estadounidense, Donald Trump, difiere del que profesa la Agrupación Nacional francesa de Marine Le Pen o los Demócratas de Suecia.Japón cuenta ahora con su propia versión del populismo de derecha en el partido Sanseitō, que hizo campaña con el poco original eslogan “Japón primero” de cara a las recientes elecciones para la Cámara Alta del Parlamento. Sanseitō fue fundado en 2020 por el joven Kamiya Sohei, quien en una ocasión afirmó que no “vendería Japón al capital judío” y describió la igualdad de género como una forma de comunismo. (Otro miembro del partido, Matsuda Manabu, ha calificado la vacuna contra el COVID-19 de “arma asesina”).Sanseitō fue uno de los grandes ganadores de las elecciones: obtuvo 14 escaños en la Cámara de Consejeros compuesta por 248 miembros, elevando su total a 15 legisladores. Aunque no es una cifra enorme, es suficiente para alarmar a los conservadores de la corriente dominante de Japón, que temen perder más votos a manos de la extrema derecha. El gobernante Partido Liberal Democrático perdió su mayoría en la Cámara Alta.A pesar de insistir en algunos temas comunes -vacunas, inmigrantes, diversidad, género y nacionalismo-, los populistas japoneses son ligeramente distintos a los partidos de extrema derecha de otros países y a la antigua extrema derecha de Japón. Los ruidosos camiones con altavoces, que transmitían canciones patrióticas de guerra a todo volumen y transportaban a jóvenes con uniformes casi militares, que han desfilado por las ciudades japonesas durante muchas décadas, apelaban principalmente a la nostalgia. Anhelaban el pasado imperialista de Japón y culpaban a Estados Unidos, a los izquierdistas japoneses y a la China comunista de haber despojado a Japón de su espíritu marcial y de hacer que los japoneses se sintieran culpables de una guerra completamente honorable en Asia.Estos extremistas marginales pero ruidosos, algunas de cuyas opiniones sobre la historia ganaron adeptos en los principales partidos conservadores, se oponían especialmente a la constitución pacifista de posguerra, redactada por funcionarios estadounidenses, que prohibía la proyección del poder militar japonés en el exterior. Otro tema que se transmitía casi a diario por los altavoces de las concurridas estaciones de tren era la anexión por parte de Rusia en 1945 de unas pequeñas islas del Pacífico Occidental que antaño habían pertenecido a Japón.Kamiya, por su parte, también se niega a reconocer que Japón actuó mal en la Segunda Guerra Mundial. Pero el tema que más entusiasma a los seguidores de “Japón primero” es la presencia de un número cada vez mayor de extranjeros en Japón: inmigrantes, trabajadores y turistas.En comparación con la mayoría de los países, Japón tradicionalmente ha acogido a pocos extranjeros. La mayoría eran coreanos étnicos, que en su mayor parte solo hablaban japonés. Casi siempre se rechazaba a los solicitantes de asilo. La mayoría de los trabajadores migrantes que llegaron en los años 80, como los iraníes que huyeron a Japón tras la guerra Irán-Irak, se han marchado.Pero esto ha empezado a cambiar. Ahora hay 3.8 millones de residentes extranjeros en Japón, y más de 20 millones de turistas se han beneficiado del yen barato en la primera mitad de este año. Estas cifras no son abrumadoras. Los extranjeros representan apenas el 3% de la población japonesa, frente al 10% en Francia, mientras que Italia recibió 65 millones de visitantes internacionales en 2024.El gobierno japonés ha fomentado el turismo masivo y la inmigración para generar ingresos y cubrir puestos de trabajo muy necesarios en una sociedad que envejece rápidamente. Pero los resultados han consternado a muchos japoneses, lo que permitió a Sanseitō ganar terreno culpando a los extranjeros de un sinfín de males, desde la inflación y el aumento del coste de la vida hasta el estancamiento de los salarios y la escasez de arroz.Muchos turistas extranjeros y nuevos residentes son chinos. Esto también supone un cambio respecto al pasado. Desde principios del siglo XX, el nacionalismo de derecha japonés ha sido sobre todo antioccidental. Antes de la Segunda Guerra Mundial, se culpaba a los norteamericanos de contaminar la pureza de la cultura japonesa con un comercialismo grosero y de obstaculizar la supremacía nipona en Asia. Después de la guerra, la pesadilla de los nacionalistas fue la constitución de la “paz”.En la actualidad, lo que asusta a la gente es una China cada vez más poderosa. Muchos japoneses ven a la nueva ola de turistas chinos adinerados de la misma manera que los europeos veían a los “americanos feos” que los visitaban en los años 50: les repelen sus modales rudos, su insensibilidad frente a las costumbres locales y la ostentación de su nueva riqueza.Esta ostentación es quizá lo más irritante a los locales que atraviesan dificultades económicas. Los trabajadores y estudiantes asiáticos, incluidos los chinos, solían ser relativamente pobres. Ahora, los inmigrantes chinos acomodados que encuentran en Japón un lugar agradable para vivir y un sitio seguro donde invertir su dinero están comprando propiedades de lujo en Tokio.Nada de esto importaría mucho si la República Popular China fuera considerada una potencia benigna. Pero las amenazas chinas de ampliar su alcance militar y recuperar su estatus tradicional de poder hegemónico imperial de Asia resultan alarmantes para los japoneses.La ironía es que el dominio estadounidense en Asia Oriental, incluido el marco constitucional de posguerra, tenía en parte como objetivo proteger a Japón de la amenaza que suponían China y otras potencias comunistas. Con Trump -una especie de héroe para quienes abogan por “Japón Primero”- en la Casa Blanca, ya no se puede confiar en Estados Unidos como garantía de seguridad.China busca expulsar a Estados Unidos de Asia. Si los chinos pudieran invadir Taiwán y hacerse con el control de las rutas marítimas que rodean a Japón sin intervención estadounidense, Japón probablemente adquiriría sus propias armas nucleares y se inclinaría mucho más a la derecha. Sin duda, esto no es lo que desearía la mayoría de los japoneses. Pero tampoco, si lo pensaran detenidamente, lo desearían los chinos.El autor
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