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SANTIAGO DE CHILE.- Descubrir el origen geológico de los valles vinícolas chilenos, los procesos que transforman la uva en vino, y adentrarse en una experiencia de aromas, texturas y colores a través de la leyenda del Casillero del Diablo, esto y más ofrece el renovado centro de interpretación de una bodega chilena de renombre mundial, pionera del enoturismo local en auge.
Este remanso natural de 12.000 metros cuadrados de la bodega Concha y Toro permite al visitante sumergirse en un viaje sensorial donde vino, gastronomía, naturaleza, arte, tecnología y tradición chilena se fusionan.
“Debemos ser custodios de un legado histórico que tenemos el compromiso de dar a conocer, y al mismo tiempo, mostrarnos como una marca contemporánea”, explica a EFE la vicepresidenta de Vinos Finos e Imagen Corporativa de la viña, Isabel Guilisasti.
La experiencia comienza al atravesar las puertas del recinto, acceso directo a un camino arbolado que anticipa la belleza única del paraje donde se encuentra esta viña, a los pies de la cordillera de los Andes, en pleno valle del Maipo.
Tras un paseo corto que permite respirar hondo y dejar atrás la contaminación de Santiago -a solo 20 km- se llega a la joya de la corona: la experiencia sensorial Casillero del Diablo.
A través de este recorrido, se descubre por qué esta zona es la región vinícola más antigua y emblemática de Chile, gracias a proyecciones inmersivas de lava, viento y lluvia que recrean los procesos geológicos del valle.
Pero en esta experiencia no solo domina lo visual, los sonidos envolventes hacen olvidar que se está entre cuatro paredes, e incluso hay una sala para probar si el visitante tiene dotes de ‘sommelier’.
Descenso a los infiernos
Después de conocer la historia de Concha y Toro -principal exportador de vinos de Latinoamérica- un cortometraje proyectado en una de las salas introduce en la leyenda del Casillero del Diablo, para luego descender bajo tierra a la auténtica bodega.
Durante este paseo subterráneo, entre sombras y barricas, proyecciones demoníacas guían al espectador hasta una puerta con barrotes de metal donde -increíblemente- entre fuego y ruidos infernales, aparece el diablo, protector de la bodega.
Una experiencia no apta para cardíacos ni menores de diez años, pero que complace al visitante, haciéndolo partícipe de la historia de la marca e invitándolo a maravillarse antes de continuar el recorrido.
Arquitectura, naturaleza, gastronomía y vino
La visita continúa, copa en mano, con un paseo por el parque natural de 22 hectáreas, con flora autóctona donde los viñedos se pierden en el horizonte.
Entre la vegetación destaca la Casa Don Melchor, residencia del fundador de la marca -Melchor Concha y Toro- de 1883, donde los visitantes selectos disfrutan de una oferta gastronómica exclusiva.
Para finalizar, una visita al Restaurante Bodega 1883 y a su Gran Barra -de 25 metros de largo- donde se ofrecen degustaciones de vino y gastronomía chilena, haciendo que el visitante salga con el estómago y el corazón contentos.
Un sector turístico estratégico y en crecimiento
Con este centro renovado, que recibe a 650 personas diarias, Concha y Toro redefine su oferta turística en un momento de expansión del enoturismo chileno.
Actualmente, Chile tiene 219 viñas abiertas al turismo, un incremento del 132,98% en la última década, según el Catastro Nacional de Enoturismo 2024.
“Gracias a la riqueza de nuestros valles, la alta calidad de los productos enológicos y la internacionalización de la industria, nos hemos posicionado como país en el mundo”, celebra el director nacional de Sernatur Chile, Cristóbal Benítez Villafranca, en declaraciones para EFE.
Así, entre historia, vino y leyendas, Concha y Toro propone un viaje que comienza en la tierra y termina en la copa, recordando que, en Chile, el vino se vive.
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