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En la Sala Ravelo del Teatro Nacional, se presentó la obra “Fausto”, la más renombrada del gran escritor, poeta, naturalista y dramaturgo alemán, Johann Wolfgang Von Goethe, adaptada y dirigida por Manuel Chapuseaux.
Una adaptación es simplemente una nueva lectura del texto, el relato permanece igual, pero de la creatividad del dramaturgo y su habilidad para cohesionar todos los elementos que intervienen en la representación, sobre todo la selección de los actores y actrices, dependerá el buen resultado de la puesta en escena, finalmente su valoración queda sujeta a la opinión de cada espectador.
Desde nuestra perspectiva, la adaptación de Chapuseaux clarifica el tránsito de la escritura dramática a la escritura escénica, establece puentes, acerca la obra a la farsa, con una partitura textual apropiada en la que la risa liberadora es una consecuencia, su puesta en escena, desde su concepción, tiene voz propia, un lenguaje específico, y como director, logra la mediación entre texto y espectáculo con una elaborada dirección de actores.
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Goethe, en su drama poético combina la tragedia, la comedia y la filosofía, nos cuenta la historia del Dr. Fausto, un sabio anciano poseedor de sabiduría, riqueza, alquimista practicante de la nigromancia -magia negra- y con un deseo insaciable de conocimientos. Sin embargo, no es feliz, carece del placer de la carne, de lo erótico, lo que lo lleva a vender su alma al diablo.
El síndrome de Fausto es la insatisfacción perpetua, convertido en el mito de “la aventura de lo imposible”, el eterno retorno, la creencia que el drama humano tiene solución. Como todo clásico “Fausto” perdura en el tiempo.
A modo de prólogo, la obra inicia con una movida escena que nos conecta con el cielo, de características muy terrenales, en el que aparecen personajes celestiales, aunque más bien, parecen una troupe de circo, muy acorde con la visión del director.
La escena es entretenida, ambientada por un decorado de luces multicolor; allí llega Mefistófeles, para sellar un pacto con el Ser Supremo, desviar a Fausto del buen camino.
Ubicada en el plano terrenal, la escena se oscurece, las luces disminuyen, recrea el estudio del anciano Fausto, de larga barba y melena blanca, que en un soliloquio medita sobre su situación, revela al espectador el alma o el inconsciente del personaje, una magnífica interpretación de Richardson Díaz, que se mantendrá durante todo el transcurrir de la trama.
Descendiendo la platea con pequeños saltos, hace su entrada Mefistófeles, que aún siendo un demonio posee un atractivo singular, encarnado por el actor Patricio León, cuyo físico esbelto, su larga melena, el vestuario y el maquillaje dignos de mención, sumados a una movilidad permanente, recrea un momento encantador que culmina con su llegada a la morada de Fausto.
Allí, se produce un duelo actoral fascinante, Fausto le cuenta sus penas, su deseo de rejuvenecer, encontrar una mujer y saciar sus ansias, y Mefistófeles lo convence de que será posible.
Las escenografías cambiantes con pequeños móviles creadas por Tracke Stage, colocan a los personajes en la calle, donde Fausto queda fascinado por el cuadro de una mujer, es la Venus, de Sandro Botticelli, Mefistófeles le promete que le conseguirá a esa mujer. La música cambiante es un elemento enriquecedor, apropiado a cada escena.
Fausto y Mefistófeles llegan a la cocina de una bruja, justo la “Noche de Walpurgis”, en la que las brujas vuelan en escobas para celebrar un ritual con el diablo, -leyenda alemana, del medioevo- no podía ser un momento más oportuno, allí se produce el encantamiento, Fausto toma la pócima, recobra su juventud y en un eco sonoro escuchamos un fragmento de las “Walkirias” de Richard Wagner.
En esta escena la bruja logra embrujar al público, con la excelente actuación de la joven, Lia Briones, que encarnará otros personajes como el de Martha, -que nos acerca a conocer a Margarita- poniendo de manifiesto su versatilidad, su gran talento.
Recuperada su juventud Fausto inicia junto a Mefistófeles un periplo fascinante de aventuras amorosas. Patricio se luce con una expresión corporal y facial cautivantes, mientras Richardson logra giros dramáticos, con solvencia, ambos se complementan, mantienen ese ritmo fascinante y continuo propio de la farsa.
Poseído por su ego, Fausto se siente atraído desde el primer momento por la joven e inocente Margarita, personaje central, representa la pureza, la inocencia, inicia su primer idilio que termina en tragedia. La joven se siente atrapada entre el mal y el bien, pero no cae en las tentaciones de Mefistófeles, su unión con Fausto es su perdición, concibe un hijo ilegítimo, luego culpada de su muerte, y la de su madre, es condenada a prisión…a la muerte, en un último momento intenta salvar a Fausto de su destino funesto, toda una quimera.
Esta escena final es teatralmente impactante, la joven Margarita, esposada, se lamenta, mientras Fausto y Mefistófeles desde una altura distante, observan, huyen…se escucha finalmente una poderosa y amenazadora voz. El personaje de Margarita tiene una intérprete singular, la joven actriz, Camila Santana, todo un potencial histriónico, otro gran talento que se suma a la escena de nuestro país.
Recomendamos a los amantes del teatro, disfrutar de esta obra, entretenida y reflexiva, que ha inspirado a artistas de todos los géneros. Felicitaciones al elenco y a su director y adaptador, Manuel Chapuseux.
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