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Musk, por modificar la política de EE. UU. con su grupo

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Desde su ruptura con Donald Trump a mediados de año, Musk ha intensificado su discurso contra lo que llama "el duopolio podrido de Washington".

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Miami. — En unos Estados Unidos atrapados entre el cansancio político y la sobreexposición digital, el intento de Elon Musk por fundar un nuevo partido político no es una simple provocación, es una propuesta para rediseñar el poder. Aunque aún no lo ha anunciado formalmente ni ha registrado ningún nombre ante la Comisión Federal Electoral, la idea de que Musk pudiera impulsar una estructura partidaria propia ha ganado fuerza, vista como una amenaza, una oportunidad o una anomalía, según el espectador.

De momento no hay ningún nombre oficial ni plataforma presentada, pero el experimento ya está en marcha, al menos a través de filtraciones, dominios web adquiridos; nombres como “Atlas Party”, “Forward Humanity” o “X America” circulan entre sus asesores y una insistencia creciente que desafía abiertamente el sistema bipartidista de la política estadounidense.

Desde su ruptura con Donald Trump a mediados de año, Musk ha intensificado su discurso contra lo que llama “el duopolio podrido de Washington”. En X ha lanzado frases como “los partidos actuales no representan el futuro” y “la democracia necesita ser rediseñada para sobrevivir”. Su desencanto con el Partido Republicano, después de ser una figura cortejada por sectores de MAGA (Make America Great Again), se transformó en un divorcio público y estridente. “Ni el Partido Demócrata ni el Republicano representan ya el futuro de Estados Unidos”, escribió.

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“Comencemos por lo más importante. Elon Musk no puede ser presidente — nació en Sudáfrica, no es ciudadano por nacimiento — , pero aun así puede influir de manera determinante; porque podría reconfigurar el sistema político — estadounidense — desde fuera”, señala a EL UNIVERSAL el politólogo Pablo Salas.

Musk controla una red social, un sistema global de comunicación satelital, una infraestructura de IA con Grok y una capacidad de movilización. “No necesita un partido tradicional, puede construir uno con algoritmos, tokens, plataformas y narrativas. En este momento, Musk no está lanzando una campaña; está construyendo una interfaz de poder político”, advierte Salas.

Las intenciones son múltiples: castigar a los partidos tradicionales que lo han atacado, blindar sus empresas ante posibles regulaciones del Congreso, introducir en la agenda legislativa temas como neurotecnología, descentralización digital, IA no regulada y criptofinanzas. Y, sobre todo, instalar un poder bisagra en ambas cámaras del Congreso. “No necesita mayorías, le basta con colocar candidatos independientes en distritos estratégicos, captar tres senadores y 10 representantes, por poner un ejemplo, y con eso, condicionar cada votación clave”, dice el politólogo. Como advirtió también el excongresista republicano Adam Kinzinger: “Si Musk consigue meter sólo tres senadores que le respondan, podría tener más poder que el presidente. Y no necesitaría ni una oficina pública para eso”.

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Para registrar un nuevo partido ante la Comisión Federal Electoral de Estados Unidos (FEC, por sus siglas en inglés), basta con presentar un formulario, nombrar un comité y cumplir con las reglas de financiamiento, pero lograr acceso a las boletas estatales es otra historia. Requiere decenas de miles de firmas, plazos estrictos y una maquinaria estatal por cada jurisdicción.

Musk tiene lo que nadie más: recursos económicos ilimitados, acceso directo a millones de usuarios, algoritmos para perfilar votantes en tiempo real y una red de aliados tecnológicos capaces de crear estructuras sin los tiempos ni los costos del activismo tradicional.

Si quiere competir en las elecciones intermedias de 2026, tendría que anunciar oficialmente su partido antes de marzo del próximo año. Si su plan es influir directamente en 2028, puede esperar hasta julio de 2027. Pero lo que ya está haciendo, y lo hace a diario desde su red, es construir una comunidad política digital. Un espacio que no se organiza en convenciones, sino en flujos, encuestas, publicaciones virales, salas de voz y posts.

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La ciudadanía, en su mayoría, desea una alternativa. Según Gallup, 63% de los votantes creen que se necesita un tercer partido porque los actuales “hacen un mal trabajo representando al pueblo”; 34% cree que el sistema bipartidista es suficiente. Entre los independientes, ese porcentaje sube a 75%.

Sin embargo, cuando se menciona el nombre de Musk, la apertura se reduce. Una encuesta de Ipsos/Reuters (junio 2025) reveló que 21% de los votantes registrados considerarían “definitivamente” votar por un partido fundado por él, mientras que 28% lo consideraría dependiendo de los candidatos; 51% lo rechaza de plano. Entre los republicanos, 57% rechaza un partido de Musk, mientras que entre los demócratas, el rechazo alcanza 70%.

Entre los votantes independientes, sin embargo, la historia es más matizada. En estados como Nevada, Arizona y New Hampshire, 41% de los independientes dicen que sí considerarían una opción como el “Atlas Party” si tuviera propuestas claras, figuras no tradicionales y un enfoque tecnocrático. Muchos lo ven como una alternativa al colapso moral de los partidos grandes. “No quiero un mesías, quiero resultados. Si Musk puede darlos, hablamos. Si no, que vuelva a lanzar cohetes”, dijo una votante de Pennsylvania. La división es aún más clara entre generaciones. Entre los menores de 35 años, su imagen favorable alcanza 53%, especialmente entre hombres. Entre trabajadores sindicalizados y comunidades afroestadounidenses y latinas, la imagen es profundamente negativa. Entre votantes evangélicos o conservadores religiosos, su respaldo es casi inexistente.

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Los analistas también están divididos. Balaji Srinivasan, exdirector de tecnología de Coinbase y autor de The Network State, uno de los ideólogos del Estado en red, cree que Musk puede liderar una transición hacia una gobernanza postestatal basada en plataformas.

Katherine Boyle, socia general de la firma de capital de riesgo Andreessen Horowitz, sostiene que “la política necesita el ritmo de la empresa privada”. Peter Thiel, cofundador de PayPal y Palantir, ha dicho que “Musk tiene visión, lo que ya lo pone por encima de casi todos en Washington”.

Pero figuras como Francis Fukuyama, politólogo de la Universidad de Stanford, advierten que su modelo no es representativo, sino autocrático. Shoshana Zuboff, profesora emérita de la Harvard Business School y autora de La era del capitalismo de vigilancia, lo acusa de querer “cerrar el círculo del poder total”. Norman Ornstein, investigador del American Enterprise Institute, advierte que su partido no tendrá deliberación ni comités, sino algoritmos que definan qué importa y cuándo.

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En las bases ciudadanas, los republicanos están fracturados. La juventud libertaria lo admira; la base MAGA lo repudia.

“Un traidor que se alía con globalistas y se burla de Trump”, escribió un usuario en Truth Social. Entre los demócratas, el rechazo es más uniforme. Alexandria Ocasio-Cortez posteó: “Un partido fundado por alguien que despide por email y difunde conspiraciones no es lo que necesita la democracia”. Elizabeth Warren fue más tajante: “Cuando los multimillonarios piensan que pueden comprar la democracia, estamos ante una distopía real, no una serie de Netflix”.

Para muchos estrategas demócratas, sin embargo, su entrada al juego puede ser útil. Si Musk logra dividir el voto conservador, restando apoyo a Trump o a sus herederos, los demócratas podrían beneficiarse en estados clave. “No necesitamos ganar más. Sólo que ellos se dividan. Si Musk toma 5 % del voto republicano, Kamala Harris gana en 2028 sin despeinarse”, dijo un asesor anónimo citado por Politico.

Pero más allá del cálculo electoral, lo que está en juego es la estructura misma de la política. Lo que Musk propone no es un partido ideológico, es una red de influencia; un sistema político sin militancia, sin sindicatos, sin deliberación, un partido sin historia, pero con datos. Sin territorio, pero con satélites, sin plataforma, pero con algoritmos. Un partido que no busca representar, sino condicionar, señalan expertos.

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Simulaciones de FiveThirtyEight muestran que un candidato apoyado por Musk podría captar entre 8 % y 12 % del voto nacional.

No ganaría, pero podría decidir quién sí lo hace. Sobre todo si aparece como tercera opción en estados bisagra como Georgia, Michigan, Nevada o Arizona. Si presenta candidatos al Senado en Alaska o Maine, con votación por preferencia, podría conseguir bancas clave y convertirse en fuerza de bloqueo.

Según el Pew Research Center, 59 % de los votantes creen que los empresarios entienden mejor cómo hacer funcionar el país. Pero 18 % cree que las empresas tecnológicas deberían influir directamente en política electoral. La desconfianza hacia los partidos está en su punto más alto; sin embargo, no se ha traducido en un apetito generalizado por figuras con poder corporativo absoluto.

Musk continúa operando en silencio. No ha dicho que fundará un partido, pero lo insinúa, lo sugiere, lo diseña. Usa X para construir comunidad, para perfilar aliados, para probar encuestas y para instalar lenguaje. Habla de libertad de expresión, de descentralización, de libertad económica y de “terminar con el pensamiento único”.

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En el fondo, propone un nuevo pacto, menos política, más eficiencia; menos deliberación, más algoritmo; menos estad

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