Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.
Las dietas sin harina, con el tiempo, han ganado gran aceptación entre quienes buscan adelgazar y mejorar su salud.
El propósito de esta alimentación es disminuir la ingesta de harinas refinadas, aunque muchas personas, sin afecciones médicas como intolerancia al gluten (proteína presente en cereales como trigo, cebada y centeno), optan por eliminarlas por completo. Esta información se difundió gracias a diversos estudios, entre ellos en el Hospital Universitario Miguel Cervet de Zaragoza.
Estos cambios, aunque a menudo son radicales, son beneficiosos. Adaptarse a una dieta sin harinas se vincula a una pérdida de peso notable. Esto se debe a la eliminación de fuentes de carbohidratos, como “las harinas blancas”, lo que tiende a reducir la ingesta general de calorías y, por lo tanto, el peso.
Te invitamos a leer también: Osteoartritis afecta la movilidad de más de 500 millones de personas en el mundo
Un efecto positivo destacado es el control del apetito. Las dietas bajas en carbohidratos y ricas en harinas integrales o legumbres producen una mayor sensación de saciedad, debido al alto contenido de fibra.
Esto puede ayudar a disminuir la ingesta de otros alimentos a lo largo del día, promoviendo una alimentación más equilibrada.
Asimismo, al reducir la ingesta de carbohidratos simples y harinas procesadas, se observa una disminución en la producción hepática de grasas, lo que impacta directamente en la reducción de los triglicéridos.
Simultáneamente, favorece la regulación de la presión arterial, crucial para la protección y el cuidado de la salud cardiovascular a largo plazo.
Indudablemente, la harina es un alimento muy popular; no obstante, el exceso puede conllevar enfermedades, como la diabetes, a corto o largo plazo.
Agregar Comentario