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Uno de los encantos que ofrecía el tercer recital de la Temporada Sinfónica el pasado miércoles en el Teatro Nacional, bajo la batuta del asistente Santy Rodríguez, era la posibilidad de disfrutar obras de cinco grandes compositores pertenecientes a distintas épocas: barroco, romanticismo y barroco tardío.
La noche se abrió con la “Obertura de la ópera Tannhäuser” del alemán Richard Wagner. En una introducción lenta y solemne, trompas, clarinetes y fagotes presentan el tema del coro de los Peregrinos; la música vibrante evoca el mítico reino de Venusberg, para luego dar paso a una delicada melodía para violines y a un clarinete que susurra la llamada de Venus.
La orquesta, meticulosamente marcada y en perfecta afinación, despliega los motivos principales que recorren la famosa ópera.
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El programa siguió con el Concierto para oboe y cuerdas en Re mayor, Op. 7 No. 6, del veneciano Tomaso Albinoni, representante del barroco, con Dejan Kulenovic como solista del oboe.
En el primer movimiento, “Allegro”, la brillantez del intérprete resalta su virtuosismo. El “Adagio”, movimiento lento, lírico y melódico, contrasta con la dulzura del oboe, que entrega un sonido conmovedor.
El tercer movimiento, “Allegro”, es enérgico y juguetón, con inflexiones cromáticas; el tono claro y penetrante del oboe comunica la belleza de la pieza, fruto del virtuosismo, la expresividad y la técnica del destacado oboísta Dejan Kulenovic, que obtuvo una ovación del público.
A continuación se interpretó el Aria de Lensky, del segundo acto de la ópera “Eugene Onegin” de Piotr Ilich Chaikovski, compositor ruso del romanticismo tardío. Esa aria, una de las piezas vocales más célebres, se presentó esta vez en versión instrumental.
Seguía el concierto con las “Danses des sauvages” –Danzas salvajes– del acto final de la ópera‑ballet barroca “Les Indes galantes”, de Jean‑Philippe Rameau. La obra plantea historias de amor en territorios lejanos y exóticos.
Las Danzas Salvajes, pieza emblemática de la obra, destaca por su riqueza rítmica, melódica y colorística; la percusión se hace presente y, como un eco, se oyen tambores indígenas. La orquesta vibra y transmite todo el ritmo y el color de la música. Rameau sitúa esas danzas en una isla del Caribe… que bien podría ser la nuestra. Con prolongados aplausos se cerró la primera parte de la noche musical.
Después del receso, el tercer concierto de la temporada concluyó con la Sinfonía “Del Nuevo Mundo”, en Mi menor, Op. 95, del romántico checo Antonín Dvořák. Cuatrocientos años después, Dvořák descubre un “Nuevo Mundo” y se inspira en melodías folclóricas, particularmente norteamericanas, del país donde residía.
El primer movimiento, “Adagio‑Allegro molto”, comienza con una especie de elegía, iniciada por las trompas y seguida por la madera; un segundo tema es introducido por las flautas, haciendo evidente la influencia de la cultura popular norteamericana. Se alude al canto espiritual afroamericano “Swing Low, Sweet Chariot”, metáfora del anhelo de escapar de la esclavitud hacia la libertad.
Con breves acordes arranca el segundo movimiento, “Largo”, donde el corno desliza una bella melodía y después el oboe expone un segundo tema. El “Scherzo, molto vivace” nos conecta con danzas rituales de los pueblos originarios y culmina en una coda que reúne los temas principales, reflejando la característica forma cíclica de la obra.
El cuarto movimiento, “Allegro con fuoco”, es una apoteosis, un final radiante: cuerdas, flautas y oboes presentan el primer tema, seguidos por los violines. El segundo tema lo introducen las maderas y después los clarinetes, mientras los violines desarrollan un tercer motivo.
El director, con una gesticulación cautivadora y una batuta precisa, guía a la orquesta, que responde transmitiendo cada matiz sonoro y la belleza de esta obra icónica. El público se levanta, aplaude con emoción y queda satisfecho.
Sobre esta pieza, estrenada en 2017 bajo la dirección del joven Santy Rodríguez, comentamos en nuestro artículo que “nació una nueva promesa en la dirección sinfónica”. Hoy, ocho años después, esa promesa se ha convertido en realidad. ¡Felicidades, Santy! Que tu carrera siga ascendiendo en forma de espiral.
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