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Ciudad Colonial: innovación y nostalgia en un breve espacio

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La reciente Myka, heladería de yogurt griego, se encuentra a pocos metros del antiguo Hotel Francés.

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La reciente Myka, heladería de yogurt griego, se encuentra a pocos metros del antiguo Hotel Francés. Con las obras de recuperación de la Ciudad Colonial no es fácil desplazarse en vehículo por ella. Aún así, me apetece probar el helado de yogurt griego que, recién llegado a la Ciudad Colonial, está de moda: Myka. Y llamé al taxista que me brinda servicio.

Antes de llegar, en la misma calle está el antiguo Hotel Francés, con su fachada de piedra y sus balcones de metal, así como su balcón corrido interior alrededor del pasillo que conducía a las habitaciones, recuerdo de una elegancia pasada.

Decido tomarle una foto desde la acera de enfrente. Un miembro de Politur, (Estalin Encarnación), al ver que el paso de vehículos me dificulta el encuadre se ofrece a tomarla. Capta la imagen del edificio completo, incluidas las fachadas de ambos lados: la de la Arzobispo Meriño, cuyo portal de piedra data del siglo XVI, y la otra hacia Las Mercedes, con dos portales, pero junto a este último había un par de sujetos que desentonaban.

Eliminé ese extremo. Este hotel, que en el transcurso de los siglos ha sufrido remodelaciones y ampliaciones, albergó en sus inicios a dignatarios nacionales y extranjeros. Al colapsar parte de su estructura por trabajos de excavación en la calzada, tuvo que ser intervenido y, por las circunstancias, ya solo se utiliza como centro de actividades.

De vuelta en el auto me bajo ante el número 256 de la Arzobispo Meriño. Aquí está Myka. El conductor sale en busca de estacionamiento. Difícil, pero no imposible. Lo encuentra a varias calles de distancia.

Subo el alto escalón hacia la heladería, un encantador local de pequeño tamaño, donde el blanco de las paredes contrasta con los marcos azules de las puertas. Reproduce el estilo de las casas de las islas griegas, especialmente las Cícladas, donde el azul representa el mar, mientras que con el blanco (dentro y fuera) refrescan las casas.

En las paredes, vasijas griegas de muy variado diseño colocadas en nichos; hacia un lado, unas repisas cual peldaños que conducen a ninguna parte. El ambiente es de relax, a pesar del ir y venir de clientes.

“¿No hay dónde sentarse?”, pregunto. “En la acera hay bancos”. (Por cierto, son movibles, por lo cual pueden llevarse a la sombra de los árboles. De esto me entero al salir). “¿Quiere el yogurt natural o con sabor a fresa?” “El natural”. Sobre los apetecibles toppings pido de pistacho y baklava.

De pie, recostada de una pared, cerca del lugar donde cuelgan tres símbolos griegos (me parece que de bienestar), me deleito con el helado cuando Honey, la empleada, se acerca con un pequeño taburete.

Agradezco el gesto, no lo esperaba. Sentada miré varios detalles: vigas de madera que cruzan el techo, un cuadro de las escalonadas fachadas azul y blanco de las casas de las islas griegas, más vasijas y las reacciones entusiastas de quienes prueban el helado…

Según señala Sandra López Letón, en El País, al referirse al yogurt del local donde en Madrid se inició esta marca, este tiene como materia prima yogurt importado de Grecia, al que en la tienda le agregan kéfir de cabra.

Por la suave textura del que venden en la Ciudad Colonial aquí siguen las mismas pautas. Es la única forma de mantener la calidad que promocionan.

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