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Que respondan Alexis Medina, Maxis Montilla, Adán Cáceres, Magaly Medina y los demás implicados en casos como los de Odebrecht, Inapa, Corde, Visitas Sorpresa, entre muchos otros que se irán aclarando con el tiempo.
La tesis de la persecución política esgrimida por Danilo Medina y sus secuaces dentro del PLD y de los medios de comunicación, se vino abajo con la condena de Alexis Medina y la admisión de culpabilidad de su cuñado Maxi Montilla. No hubo, ni hay, persecución política, lo que sí hay, es un vano intento por hacer justicia.
Ahora bien, si alguien debió ser investigado y enjuiciado por los actos de corrupción durante su gobierno, es el expresidente Danilo Medina, el hombre más informado del país, el jefe del Ministerio Público, el que dijo una y otra vez que no permitiría que el dinero del Estado fuera usado de forma indebida, que los que osaran cometer actos reñidos con la ética, tendrían que pagar con sus huesos en la cárcel.
No hay una sola razón, que no sean el miedo, la complicidad, la tolerancia, la incapacidad y la falta de voluntad política, para no investigar, interrogar, allanar y someter a la justicia al expresidente Medina. El sentido común, la lógica, la prudencia, el sentido de justicia, la Constitución y las Leyes, son razones más que suficientes para haber actuado contra un hombre que prometió y juró, “ante Dios y el pueblo dominicano” cumplir y hacer las leyes, cosa que no hizo.
Es cierto que la corrupción en nuestro país es un mal endémico, que comenzó con la llegada de los invasores españoles en 149, que desde entonces no se ha hecho una obra que no haya sido sobrevalorada, que el Estado ha sido y sigue siendo patrimonio exclusivo de los grupos o familias que han concentrado y acumulado las más exorbitantes riquezas en detrimento de las grandes mayorías.
Corruptos y corruptores han ido de la mano siempre, como si fuesen siameses que nadie ha podido separar, casi de manera legal, sin ninguna consecuencia penal. La corrupción forma parte de la cultura, de la idiosincrasia del pueblo.
El Estado dominicano ha sido fuente de enriquecimiento, motor de la acumulación originaria de los grandes capitales nacionales, sin empresarios “per se”, más bien rentistas a los que solo les interesan los beneficios de sus negocios, lícitos o no.
Es en esa dinámica que los partidos y sus dirigentes forman parte del entramado societario de la corrupción. Los partidos, por decirlo de manera sencilla, forman parte importante de esa estructura mafiosa y gansteril que permite el robo de los recursos del pueblo, sin castigo alguno.
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