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Una obra universal sobre la empatía y la dignidad humana se estrena en el Palacio de Bellas Artes. Talento bajo los reflectores de Vicente Santos y Yasser Michelén.
Santo Domingo – En el mismo momento en que se estrena el esperado musical homónimo con Jennifer López, llega a los escenarios dominicanos una nueva puesta de “El beso de la mujer araña”, un clásico del teatro mundial que, a casi cinco décadas de su creación, sigue resonando entre público de todas las edades.
El montaje tendrá lugar del jueves 9 al domingo 12 de octubre en la sala La Dramática del Palacio de Bellas Artes, bajo la producción de Juancito Rodríguez y la dirección de Orestes Amador, posicionándose como uno de los espectáculos teatrales más anhelados de la temporada.
La narración, basada en la famosa novela del escritor argentino Manuel Puig, publicada en 1976, se sitúa en una celda de la cárcel de Villa Devoto, en Buenos Aires, en plena época de represión política.
La trama
En ella, dos hombres aparentemente incompatibles deben compartir el encierro: Valentín, militante revolucionario de convicciones rígidas, y Molina, un ser sensible que escapa de la realidad a través del cine y la fantasía.
La tensión inicial entre ambos evoluciona en un proceso de transformación que desafía sus ideas y pone de relieve la fuerza de lo humano por encima de cualquier diferencia.
Desde su publicación, la historia ha trascendido el papel para conquistar escenarios alrededor del globo. Fue llevada al cine en 1985 por Héctor Babenco, con las brillantes actuaciones de William Hurt y Raúl Juliá – papel que le valió a Hurt el Óscar al mejor actor –, y se transformó en un exitoso musical de Broadway en 1993, ganador de siete premios Tony. Hoy, la obra renace en la pantalla con una nueva versión musical encabezada por Jennifer López, demostrando que sus temas siguen tan urgentes y actuales como hace medio siglo.
Dominicana
En la adaptación dominicana, Vicente Santos y Yasser Michelén se sumergen en la complejidad emocional de sus personajes, indagando no solo sus ideologías opuestas, sino también sus vulnerabilidades más profundas.
“Nos identificamos con el lado más humano de Valentín y Molina”, confiesan los intérpretes, “porque ambos defienden con firmeza lo que creen, pero también aprenden a mirar más allá de sus diferencias y a reconocerse como seres humanos dentro del encierro”. Esa dualidad – la firmeza de las convicciones.
Teatro
— Forzados
La convivencia obligada en un espacio limitado funciona como metáfora de la sociedad misma: un lugar donde chocan ideas, emergen prejuicios y la empatía se vuelve una forma de resistencia que nadie puede ignorar.













