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El dilema de la palmitita

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El supuesto artista se confundió de certamen y los organizadores también, pero la cereza del pastel la pusieron los jurados, al concederle sin tapujos el primer premio.

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No se trata de una exposición hortícola ni de una feria agrícola. El supuesto artista se confundió de certamen y los organizadores también, pero la cereza del pastel la pusieron los jurados, al concederle sin tapujos el primer premio.

En la Bienal Nacional de Artes Visuales se vivió un hecho que ha sacudido al conjunto de creadores y críticos de arte de nuestro país.

Resulta que, dentro de la categoría de escultura, una humilde matica de palma resultó galardonada con el primer puesto. Así como lo leen, una pequeña matica de palma, cultivada en una maceta corriente, sin adorno alguno o sin decoración relevante, fue elegida por el jurado como vencedora.

La osadía, que bien podría llamarse proeza, de presentar ese objeto como escultura corresponde a un llamado artista llamado Karma Davis Peres. Su nombre parece hecho a medida para el suceso que protagonizó con tal desenfado.

¿Cómo pudo el Comité Organizador de la Bienal admitir a esa sencilla planta como “obra de arte”? A partir de ahí empieza el “karma” de la Bienal. El jurado, cuyos nombres escapan a mi memoria —y quizá sea mejor así—, tuvo la temeridad de declarar a la palmita ganadora en la sección de escultura.

Hasta donde sé, las palmas son creación del Altísimo, pero debo estar muy equivocada, pues en este caso parece que la obra es del artista de mala fe.

El caso incumple las bases del concurso, que prohiben la inclusión de objetos perecederos, y también atropella el sentido común, pues todos sabemos que lo único que hizo el tal artista fue sembrar la palmita, agregarle tierra y agua, nada más.

En la categoría de escultura tiene lo que a mí me parece una burla, una mofa al certamen, a sus organizadores y a la comunidad artística en general. La burla se duplica: primero con la admisión de esa plantita en el concurso y después al otorgarle el primer premio en escultura.

No se trata de una feria de jardinería ni de agricultura. El supuesto artista se equivocó de concurso, los organizadores también, y la guinda del pastel la pusieron los jurados, al concederle descaradamente el primer premio.

En fin, no es la primera vez que este certamen artístico se ve envuelto en desastres. Hace unos años se entregó el primer premio a una mesita redonda con un mantel pequeño y, encima, una greca de colar café.

Un concurso de tal envergadura, celebrado cada dos años y que recibe alrededor de noventa propuestas, no puede darse el lujo de actuar así; aplasta, por decirlo suavemente, el prestigio del certamen, de sus organizadores y de los artistas que presentan sus trabajos.

Ojalá el Ministerio de Cultura intervenga y ponga freno a esta situación. Así demostramos como sociedad civilizada y como nación que debemos sostener una cultura arraigada.

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