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Fallece a los 87 años la actriz Claudia Cardinale, referente del cine italiano

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Se erigió como una de las intérpretes más elogiosas del siglo XX, quien también padeció el peso del machismo cinematográfico, al cual confrontó con su rebeldía inquebrantable y famosa.

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Se erigió como una de las intérpretes más elogiosas del siglo XX, quien también padeció el peso del machismo cinematográfico, al cual confrontó con su rebeldía inquebrantable y famosa.

París.– La actriz Claudia Cardinale, símbolo del séptimo arte italiano, murió este martes a los 87 años en la región de Île‑de‑France, que abarca la capital francesa, según fuentes locales.

Su niñez en el contexto colonial, el triunfo en la pantalla grande, la explotación del “mito erótico” y una existencia de leyenda constituyen el legado de Cardinale, una de las figuras más celebradas del siglo XX, quien también cargó con la carga del machismo en la industria y la enfrentó con una rebeldía firme y reconocida.

Los primeros años de su vida transcurrieron en un Túnez bajo dominio francés; sin embargo, sus progenitores, de raíz siciliana, inculcaron la cultura italiana a sus cuatro hijos, dos varones y dos damas, siendo Claudia la mayor.

Tal posición quizá le haya conferido un carácter indómito que jamás menguó, ni siquiera durante su paso por el internado religioso donde, por casualidad, empezó su vinculación con el cine.

A la adolescente Cardinale no le llamaba la atención el cine —no es cierto que idolatrara a Brigitte Bardot, como se suele afirmar— sino que anhelaba ser exploradora.

Una tarde cualquiera, al salir del colegio, se le acercó un realizador que buscaba nuevas caras.

La joven se alejó despistada, desinteresada, según ella recuerda en alguna ocasión, pero el hombre se puso en contacto con sus padres y obtuvo su consentimiento para incluirla en su proyecto. Ese director era René Vautier, crítico anticolonial, y la obra que planeaba era el cortometraje *Les anneaux d’or* (1956), con el cual se alzaría con el Oso de Plata en la Berlinale.

Dos años más tarde, estrenó en Cannes su primer papel importante y en formato largometraje, *Goha* (1958), protagonizada por Omar Sharif.

Empero, Cardinale irrumpió en el mundo cinematográfico al triunfar en un certamen de belleza cuyo premio era un pasaje para la Mostra de Venecia; su participación cautivó al público.

Así, la joven tunecina de ascendencia italiana, que hablaba francés, optó por el país de sus antepasados y se trasladó a Italia, debutando en una de las comedias más recordadas, *I soliti ignoti* (1958) de Mario Monicelli.

Sin embargo, cuando empezaba a saborear los frutos del éxito, su vida se vio trastornada por un hecho doloroso: una violación que resultó en un embarazo.

Desafiando todo, la joven optó por criar al niño, aunque tuvo que hacerlo en secreto en Londres.

Durante años hizo creer que aquel niño, llamado Patrick, era su hermano menor, hasta que reveló la verdad a la prensa y a su propio hijo.

Cardinale siempre sostuvo que el “único hombre” de su vida había sido el director napolitano Pasquale Squiteri, fallecido en 2017, a quien conoció mientras filmaba *I guappi* (1974) y con quien tuvo a su segunda hija, Claudia.

No obstante, en una etapa anterior mantuvo un prolongado romance con el productor italiano Franco Crisaldi, con quien contrajo matrimonio en 1966, aunque la actriz logró anular la unión.

De él reconoce que se sintió “contratada”, quizá explotada, pues en sus mejores momentos le exigían grabar hasta cuatro películas al año a cambio de un módico salario mensual.

Los años sesenta constituyeron su época dorada, también como símbolo de la belleza a nivel mundial.

En 1963 apareció como una figura enigmática en *Ocho y medio* de Federico Fellini y deslumbró vestida de época en *El gatopardo* de Luchino Visconti, dos directores que se detestaban pero que no pudieron evitar compartir a la bella Claudia en sus rodajes.

Para colmo, los jóvenes actores de esos clásicos, Marcello Mastrianni y Alain Delón, quedaron fascinados con ella, pero ella les dijo “no”.

Posteriormente se aventuró en Hollywood, pero pese a su acogida como amiga de Alfred Hitchcock, Barbra Streisand o Steve McQueen, nunca se sintió en casa —“Me siento europea y quiero vivir en Europa”, manifestó en una entrevista posterior.

Participó en *Circus World* (1964) junto a John Wayne y Rita Hayworth, en *Blindfold* (1965) con Anthony Quinn y en *I professionisti* (1966) volvió a compartir pantalla con Burt Lancaster, con quien había bailado de forma arrebatadora en la monumental película de Visconti.

Morena, exuberante, de rostro redondo y ojos grandes, Cardinale también incursionó en el oeste: interpretó a una prostituta para Sergio Leone en *C’era una volta il West*, siendo la única mujer del elenco. Más tarde volvió a probar suerte en ese género en *Le pistolere* (1971), un western rodado en territorio español junto a dos “femme‑fatale”, ella y Brigitte Bardot, el ícono con quien soñaban todas las chicas de su colegio.

En su trayectoria artística se acumulan cientos de títulos, no solo de cine, sino también de televisión y teatro.

A lo largo de su extensa vida jamás mostró debilidad y defendió múltiples causas, desde la protección del medio ambiente hasta la lucha contra la violencia machista, creando para ello su propia fundación.

Sus últimos años los vivió en París, donde huyó asustada de los paparazzi que nunca le dieron tregua en las calles de Roma, demostrando una vez más que la indómita Claudia Cardinale no temía a los cambios siempre que en juego estaba su libertad.

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