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En los inicios del siglo XX, mientras el planeta temblaba bajo los estragos de guerras y ambiciones imperialistas, las pioneras del feminismo dominicano tejían otra historia: la paz como estandarte, como objetivo, como imperativo moral. Elevaban sus voces contra el militarismo y exigían a los poderes estatales respuestas pacíficas, sobre todo para los pueblos débiles y desamparados.
En 1935 surgió el Círculo Pro Paz, una propuesta que convocaba a “damas de buena voluntad” a actuar contra la guerra. Un acto simbólico y un intenso activismo, en alianza con mujeres de todo el mundo, para “eliminar las guerras, acabar con el militarismo y garantizar la paz a los pueblos vulnerables”. Su fundadora: Petronila Angélica Gómez Brea.
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La directora de Fémina lo dejó claro: “El auténtico feminismo no se valora por la participación en los combates, sino por el compromiso con el progreso social. La guerra arrastra a los hogares la ruina económica, la desolación y el luto”, escribió en 1935, defendiendo que la mujer debía ser garante de la salud física y moral, no instrumento de violencia.
Ese discurso resonó más allá de nuestras fronteras. La peruana Mercedes Palacio de Garriga ensalzó la valentía de la sufragista española Clara Campoamor, quien, en plena sesión parlamentaria, pidió suprimir el presupuesto militar en España. En Chile, el movimiento Acción Femenina difundió el artículo “¡Paz!”, también en ese año, invitando a las feministas de América a “sembrar la paz”. Y desde Costa Rica, Ángela Acuña de Chacón propuso instaurar el Día de la Paz entre mujeres de las Américas y España.
La dominicana Ana Teresa Paradas, junto a feministas estadounidenses, intercambió cartas para concienciar a los Estados sobre los estragos de la guerra. Recordaba a nuestra pionera legisladora Elena Arizmendi, desde México, que condenó la invasión a Nicaragua en 1927, afirmando que “el éxito comercial no es excusa para destruir la soberanía”.
Así pues, las que movilizaron la ciudadanía en todo occidente no solo redactaron editoriales: crearon redes, enviaron misivas, fundaron ligas y, sobre todo, sembraron la conciencia pacifista; diversos estudios académicos indican que el pensamiento pacifista de Gandhi halló eco en las acciones de estas mujeres, que desde América tejieron lazos de resistencia no violenta.
Este legado nos recuerda que la paz no es una quimera, sino una obra cotidiana. Como proclamaba Fémina, es a través del actuar de las mujeres que la paz puede afianzarse en el mundo.
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