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En varias oportunidades he reflexionado sobre el respeto que merecen los saberes de las personas, sin importar el campo en que se desempeñen o su nivel de experiencia. No cesaré en reiterar que hay que remunerar a quien aporta su conocimiento. Yo misma cobro por lo que sé. Hoy quise reforzar una de esas columnas que he escrito sobre este asunto, porque tanto particulares como comerciantes pretenden ofrecer el mismo trato a quienes subsisten de la compra‑venta y a los que son especialistas en un área. Cuando me solicitan una cotización para la presentación de un grupo folclórico, no es lo mismo que demanden una de los instrumentos folclóricos del país. Si se trata de un grupo, basta con contactar a dos o tres agrupaciones y comparar cuál ofrece un precio acorde al repertorio, número de parejas y la inclusión o no del sonido. En cambio, al solicitar un presupuesto de todos los instrumentos folclóricos por región o por danza, la situación se vuelve distinta.
Contacto permanente
No se trata de llamar a Rosario o a Dumé para preguntar cómo es la yarda del encaje suizo o de algodón, sino de contactar a los artesanos del folklore vía móvil (pues rara vez disponen de teléfonos fijos) para averiguar el valor de esos instrumentos, que la madera esté libre de carcoma, que estén bien elaborados y que quienes los fabriquen también los toquen o sean de la misma zona. No es encargar la tarea a un servicio de entrega o a un motoconcho; es mantener una comunicación constante con esos músicos que dominan su especialidad.
A veces siento que me han usado, porque para elaborar un presupuesto de este tipo no basta con conocer a los fabricantes, sino con tener dominio de las danzas que se practican y de nuestra cultura tradicional; por eso considero que se debe cobrar por el conocimiento y no por la ejecución.
¿Y eso no tiene valor?
Pasé tiempo realizando investigaciones de campo, llamando desde mi celular, visitando algunos lugares, porque soy muy rigurosa en mi trabajo. ¿Acaso eso no tiene valor? Una de mis reglas es no aceptar obsequios de quienes he atendido; si llegara a aceptar alguno, esa persona debe sentirse privilegiada, ya que soy exigente en esos temas. No me gusta sentirme comprometida, por lo que separo el trabajo de mis emociones, que son abundantes. Cobro por lo que sé, no por lo que hago. Los saberes se remuneran, y muy bien, no con un simple “Gracias… te lo dejo saber”.
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