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La fijación por la imagen y la visibilidad en las redes sociales

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Un afán que no da cabida a analizar, ni un instante, las posibles consecuencias.

Este contenido fue hecho con la asistencia de una inteligencia artificial y contó con la revisión del editor/periodista.

Los nuevos tiempos han traído consigo una serie de cambios en las personas y su conducta, muchos de los cuales provocan más inquietud que reconocimiento.

El anhelo de encajar en un mundo de fantasía, un entorno nocivo pero a la moda, y la sed insaciable de likes y views, tienen a muchos desesperados, ansiosos por cometer cualquier locura con tal de ser notados. Un afán que no da cabida a analizar, ni un instante, las posibles consecuencias.

Ya no importa destruir la moral de otro, porque ni siquiera se valora la propia. Se inventan mentiras que parecen verdaderas, se exhiben desnudos si eso los hará virales, o se exponen al ridículo con tal de destacar.

Hechos vergonzosos ocurridos en los últimos días son ejemplo de esa degradación: la violación de dos mujeres por dos grupos de cobardes, en Santiago y en San Francisco.

Más allá de la brutalidad del crimen, sus autores tuvieron el descaro de grabar y publicarlo en las redes sociales, como si fuera un logro digno de aplauso.

¿A quién, que no padezca un desequilibrio mental, se le ocurre divulgar semejante barbaridad? Paradójicamente, de no haberlo publicado, quizás el caso estaría sujeto a dudas y versiones contradictorias.

Lo mismo sucede con otro delito común en el país: los “chiperos” o “tarjeteros”.

Estos delincuentes, que se benefician robando a gente honrada, se muestran en redes exhibiendo dinero, vehículos y lujos, como si se tratara de logros legítimos.

No buscan discreción; al contrario, exhiben su riqueza para atraer incautos y para alardear ante sus “colegas”.

Y mientras tanto, las autoridades hacen la vista gorda, hasta que Estados Unidos decide intervenir porque el fraude les afecta en su territorio.

Las redes son libres, y como individuos también lo somos. Pero esa libertad tiene límites: los marcan las normas sociales y la ley. Y cuando se violan esos límites, la consecuencia no debería esperar, porque ahí entra en juego el deber de las autoridades.

En resumen, ¿de verdad nos genera felicidad publicarlo todo, o solo estamos construyendo una caricatura digital para la mirada ajena?

Quizás la pregunta no sea cuánto mostramos, sino cuánto estamos dispuestos a perder de nosotros mismos por ser vistos. Porque en este exhibicionismo sin freno, corremos el riesgo de vivir menos y aparentar más, hasta que la vida real deje de importarnos.

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