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“Mi esposo, Alexéi Navalni, fue envenenado. No son palabras vacías y tengo todas las razones para afirmar eso”, declaró hoy en un vídeo de casi cinco minutos publicado en X.
La familia, la oposición, médicos independientes y los gobiernos occidentales nunca aceptaron la versión oficial de que Navalni falleció repentinamente por causas naturales, por una arritmia, en la penitenciaría IK‑3 de la localidad ártica de Jarp (distrito autónomo Yamalo‑Nénets).
El presidente ruso, Vladímir Putin, afirmó en su momento que había autorizado su canje poco antes de su fallecimiento, describiendo el suceso como “triste”. Sin embargo, los allegados al opositor acusan precisamente al dirigente del Kremlin de haber facilitado su muerte al bloquear dicho intercambio.
“Logramos trasladar el material biológico de Navalni al extranjero (…) Laboratorios de al menos dos países analizaron esas muestras y llegaron a la misma conclusión: Alexéi fue asesinado. En concreto, fue envenenado”, asegura Naválnaya, residente en Alemania.
Navalni ya había sido envenenado en agosto de 2020 en Siberia con el agente químico Novichok, tras lo cual pasó varios meses internado en una clínica de Berlín. Al regresar a Rusia a principios del año siguiente, fue detenido y nunca más vio la luz del día.
La viuda subrayó que su marido “murió en una colonia penal más allá del Círculo Polar Ártico, a la que fue trasladado dos meses antes de su muerte, claramente, a propósito”.
“Durante los tres años que pasó tras las rejas su salud se deterioró progresivamente. No solo querían matarlo; intentaron quebrantarlo. Lo atormentaron con hambre, frío y aislamiento total”, indicó.
A Navalni “se le mantuvo durante largos lapsos en una celda de castigo sin pertenencias personales, sin libros, ni siquiera un bolígrafo o papel. Lo único que tenía eran seis metros cuadrados de espacio, una taza, un cepillo de dientes y una litera plegable contra la pared durante el día, lo que imposibilitaba recostarse”.
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Destaca que “los asesinos actuaron con cautela para eliminar cualquier pista, pero conseguimos preservar algunas pruebas. En febrero de 2024 conseguimos obtener material biológico de Alexéi y lo smuggleamos discretamente a través de la frontera”.
Naválnaya relata en el vídeo los últimos minutos de vida de su marido, el principal enemigo del Kremlin.
“Fue en esa celda de castigo donde lo mataron. El 16 de febrero de 2024, alrededor de las 12‑10, Alexéi fue llevado a su paseo programado (…) Poco después de iniciar el paseo, Alexéi golpeó la puerta y dijo que se sentía mal. Cuando se abrió la puerta, estaba en cuclillas en el suelo (…) Afirmó que le ardían el pecho y el estómago. Luego comenzó a vomitar”, señala.
Según el testimonio de algunos funcionarios penitenciarios, “Alexéi sufría convulsiones, respiraba con dificultad y tosía”.
“Los guardias dejaron solo a Alexéi en la celda y cerraron la puerta. Sólo cuando el jefe de la unidad médica regresó de comer, ordenó su traslado a la enfermería y llamó a la ambulancia. La ambulancia fue solicitada más de 40 minutos después de que Alexéi empezara a estar mal”, relata.
Añade: “En ese momento ya estaba inconsciente y el personal médico intentó reanimarlo sin éxito. A las 14‑23 el monitor cardíaco dejó de registrar actividad”.
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El Kremlin se negó hoy a comentar dichas acusaciones después de que un tribunal ruso rechazara el martes la apertura de una causa penal por el presunto asesinato de Navalni en prisión.
Al tiempo que admitió que los países occidentales “no tienen fundamento jurídico para iniciar procesos penales”, también evitó que “la incómoda verdad salga a la luz en el momento inadecuado”.
Por ello, exige a los laboratorios que “publiquen sus resultados” y dejen de “acompasar a Putin”, alegando que “quizás incluso ahora alguien está muriendo por otro envenenamiento ordenado por Putin”.
“La única forma de enfrentarse a Putin es actuar con valentía y franqueza. Exijo esto para mí, para mis hijos, para la familia de Alexéi, para nuestros seguidores en Rusia y para todos los que luchan por la libertad y la verdad en el mundo. Todos merecemos saber la verdad”, insistió.
Desde su fallecimiento, las autoridades rusas han intentado borrar todo recuerdo del único opositor que logró sacudir los cimientos del Kremlin con sus denuncias de corrupción en la administración pública y con las manifestaciones más masivas desde la caída de la URSS.
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