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El domingo pasado, tuve el honor de asistir a un evento que tocó profundamente mi corazón: la presentación de la Orquesta Filarmónica de Santo Domingo en el Berklee Performance Center, en Boston, Massachusetts. Esta iniciativa fue organizada por el Consulado General de la República Dominicana en Boston, el Ministerio de Cultura y la Presidencia de la República, y se constituyó en una alegre celebración del talento y la cultura dominicana.
La sala rebosaba energía y expectativas. Se percibía la felicidad del público. Entre los asistentes se encontraba el Ministro de Cultura, Roberto Ángel Salcedo Sanz, quien viajó especialmente a Boston para la ocasión. Su entusiasmo y vitalidad se hicieron presentes al presentar el espectáculo. Tanto él como el Ing. Antonio Almonte, Cónsul General de la República Dominicana en Boston, expresaron su profundo agradecimiento a la dirección de Berklee por haber facilitado el espacio, subrayando el interés y el esfuerzo del Estado en promover actividades culturales. El Ing. Almonte destacó el compromiso del presidente Abinader de respaldar iniciativas que enaltecen la cultura y la creatividad, y manifestó su orgullo y emoción al ver a la Filarmónica de Santo Domingo por primera vez en un escenario tan prestigioso como Berklee, la Casa de la Música. Junto a la Filarmónica contó con una participación especial un estudiante del Berklee College of Music, el saxofonista Alejandro Tavmed, y el tenor Engel Brito, profesor de canto de la Dirección de Cultura en el exterior.
La música dominicana invadió pronto la sala, con el maestro Amaury Sánchez a la batuta y ofreciendo comentarios entre piezas que hicieron la experiencia aún más cálida y cercana. Cada nota resonó, llenando el recinto con un sentido de pertenencia y unidad, mezclando orgullo y nostalgia.
El programa incluyó música clásica, merengues y boleros dominicanos. Entre los temas que se interpretaron estuvieron “Mangulina” de Julio Alberto Hernández, “Concierto para Saxofón y Orquesta” de Bienvenido Bustamante, “Amapola” de Juan Luis Guerra, arreglada por Amaury Sánchez, “San Antonio”, arreglo de Bustamante, “Merengue Santo Domingo”, “Mi Quisqueya” de Mercedes Sagredo, “Por Amor” de Rafael Solano, “La Bilirrubina” de Juan Luis Guerra, “Sancocho” de Prieto, de Luis Alberti, “Compadre Pedro Juan” de Luis Alberti. El concierto concluyó con “Caña Brava” de Toño Abreu, evocando en mi memoria las palabras del Maestro Julio de Windt, quien hablaba del poder de esta obra para cerrar sus conciertos cuando era invitado a dirigir en el extranjero.
Estoy profundamente agradecida; fue un verdadero regalo poder reencontrar y abrazar a mi hija, Johanna Molina, y verla tocar la viola dentro de la Filarmónica de Santo Domingo en Boston, observar la cosecha de su vocación cultivada con disciplina y pasión junto a otros músicos, frutos de un trabajo tenaz y amor por su arte, fue una experiencia sumamente gratificante volver a verla en EE. UU.
Este evento supuso un bálsamo para mi alma. He estado lejos de mi amada patria, afrontando las transiciones emocionales que implica vivir en otro país, y estos encuentros con nuestra cultura y comunidad nos recuerdan que nuestras raíces permanecen firmemente entrelazadas en el corazón. Comprendí la importancia del vínculo cultural y emocional que mantenemos con nuestra tierra. Este acontecimiento me enseñó el valor de la resiliencia y la necesidad de mantener vivas nuestras conexiones con los nuestros, al tiempo que nos integramos y servimos a cualquier sociedad donde decidamos vivir.
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