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La catedral de Nuestra Señora de la Candelaria, varios speakeasies y, a solo media hora, Cabo Rojo con sus playas y la pesca.
Mayagüez, también llamada La Sultana del Oeste, es la tercera ciudad más poblada de Puerto Rico y muchos la consideran la capital del occidente boricua, en gran parte por su arquitectura impresionante y su larga historia de resistencia y relevancia cultural.
Desde monumentos históricos como el Teatro Yagüez hasta la amplia oferta de restaurantes y bares con conceptos originales, Mayagüez brinda una experiencia urbana con mucho carácter.
Mis compañeros y yo iniciamos el viaje de casi cuatro horas desde San Juan para descubrir este pueblo que ha conservado su esencia a través del tiempo. Salimos el sábado por la mañana, en dirección al oeste, dejando atrás el ruido del área metropolitana. Recorremos la costa norte de la isla, con vistas al Mar Caribe que se asomaban entre casas costeras y árboles.
Nuestra primera parada fue Hatillo, el corazón lácteo de Puerto Rico, donde se produce el 20 % de la leche del país. Allí nos detuvimos a recargar energías en El Buen Café, un restaurante‑parador con más de 25 años de trayectoria. Recibidos por un ambiente cálido y familiar, nos sentamos a comer.
Pedí una deliciosa tortilla española acompañada de un jugo fresco de acerola. Mientras almorzábamos tuvimos la suerte de conversar con el propietario, Antonio Martínez, quien nos compartió anécdotas y fotografías antiguas del establecimiento, cargadas de nostalgia.
De regreso al camino, nos detuvimos en el mirador de Aguadilla. A pesar de la niebla y la lluvia en el horizonte, disfrutamos de una hermosa vista costera. La lluvia nos acompañó hasta nuestro destino, el centro de Mayagüez. Nos recibió una encantadora mezcla de arquitectura: fachadas neoclásicas, balcones art déco y el majestuoso Teatro Yagüez con su presencia centenaria.
Nos alojamos justo al lado, en el Mayagüez Plaza Hotel, un edificio histórico de 1916 que en su origen fue residencia parroquial. Aún se respira ese aire antiguo en sus pasillos llenos de fotos, detalles religiosos y esculturas.
Justo al cruzar la calle se encuentra la famosa panadería Ricomini, establecida en 1915 por una familia francesa inmigrante de Córcega y reconocida por sus brazos de gitano, pan flauta y dulces típicos.
Esa noche cenamos en el animado restaurante‑pizzería Sancho Panza, a cinco minutos del hotel. Elegí chicharrones de pescado con mofongo y una sopa creativamente servida en un pilón de madera. Mis acompañantes probaron desde pizza hasta mofongos rellenos. ¡Un cierre perfecto para un día de carretera!
Aunque el pueblo cuenta con una vida nocturna saludable, con variedad de restaurantes y bares separados por unas pocas cuadras, la noche transcurrió tranquila. Muy cerca del hotel se esconden dos speakeasies: Lucía Audiobar, dentro de una barbería y accesible solo con código secreto, y Mercado Speakeasy, al que se entra por una nevera comercial. Lamentablemente, ambos estaban cerrados este fin de semana. ¡Otra razón para regresar!
El domingo comenzó para algunos con misa en la Catedral Nuestra Señora de la Candelaria, un ícono de la historia mayagüezana que ha resistido fuego y terremotos desde su construcción original en 1763.
Tras la ceremonia, decidimos recorrer la emblemática Plaza Colón. En su centro se alza una estatua de Cristóbal Colón. A su alrededor hay 20 estatuas de bronce sobre pedestales con lámparas. El mármol claro y la quietud de la mañana crean una atmósfera que parece detenida en el tiempo.
Luego nos dirigimos al sur, hacia Cabo Rojo, un municipio a media hora de Mayagüez famoso por sus playas y la pesca. Por el camino, bordeamos el litoral hasta llegar a Brisas del Mar, un restaurante frente a la Bahía de Puerto Real con una amplia vista al mar.
Decidir qué pedir del menú resulta casi una misión imposible por su variedad de opciones frescas, incluida la pesca del día. Nuestra mesa se convirtió en un festín caribeño: picadera, frituras doraditas, langosta, chuletas, cervezas frías y un par de antojos más. Cerramos nuestra escapada a Cabo Rojo con unas fotos en el muelle.
De regreso a Mayagüez, siendo nuestro último día, decidimos caminar por el centro del pueblo. Empezamos con un rico café frío en el pequeño pero encantador Friend’s Café, justo en la plaza. Resguardados del sol, sentados bajo una sombrilla, observamos los detalles de la Casa Consistorial, con su torre con reloj y altas columnas.
Seguidamente anduvimos entre una mezcla de edificios antiguos, vitrales, balcones curvos con rejas ornamentales y otros detalles arquitectónicos que susurraban historias del pasado. En este deambular nos atrajo el bullicio y la fachada rústica del restaurante La Jibarita, pero estaba a capacidad.
Por suerte, justo al doblar descubrimos Off The Wall, un bar alternativo con paredes cubiertas de afiches y el techo adornado con banderas. Entramos a pedir unas cervezas. Mientras se acercaba el atardecer, llegaban más personas y pronto la algarabía de la vida nocturna se apoderó del lugar.
Antes de volver al hotel, pedimos para llevar una hamburguesa y mac & cheese con toque picante. Con el corazón un poco nostálgico dejábamos atrás un pueblo del que nos habíamos encariñado.
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