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Robert Redford: el último caballero del séptimo arte estadounidense

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A los 89 años, en su casa de Sundance, Utah, Redford dejó este mundo el martes rodeado de montañas, silencio y legado.

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La leyenda del séptimo arte, una figura esencial tanto delante como detrás del lente, cuya trayectoria se extendió por seis décadas, falleció en la madrugada del 16 de septiembre de 2025 en su domicilio de Utah.
Robert Redford se nos fue, y con él desaparece no solo una de las últimas estrellas doradas de Hollywood, sino también un hombre que supo convertir el cine en algo más que espectáculo: un acto de conciencia, una búsqueda de la verdad, una forma de resistencia. A los 89 años, en su casa de Sundance, Utah, Redford dejó este mundo el martes rodeado de montañas, silencio y legado. Tal como él había deseado.

Pocas personalidades encarnan tan bien el equilibrio entre fama y sustancia. Sí, Redford fue un galán —de esos rostros que Hollywood supo mitificar con placer—, pero también un artista curioso, un director sensible, un activista lúcido y, sobre todo, un creador de caminos. Su nombre figura en los créditos de algunas de las mejores películas del siglo XX, pero su mayor obra quizá no sea una cinta, sino un sitio: Sundance, el festival que fundó para dar voz a quienes no la tenían, ese espacio donde el cine independiente floreció lejos de los dictados del marketing.

Redford nunca quiso ser simplemente una estrella. Desde los años 60, cuando comenzó a aparecer en televisión y teatro, hasta sus años como director y mentor de nuevas generaciones, su carrera fue la de un hombre inquieto. Un artista capaz de pasar del western al thriller político, del drama íntimo a la épica ambiental, sin perder de vista una idea: que el cine debía decir algo, aunque doliera.

**El rebelde elegante**

Su imagen quedó grabada en el imaginario colectivo con *Butch Cassidy and the Sundance Kid* (1969), donde compartió pantalla con Paul Newman. Aquella pareja de forajidos románticos, fugitivos de un mundo que ya no los necesitaba, sintetizaba a Redford: la mezcla de encanto y melancolía, de carisma y vulnerabilidad. Fue su consagración como ídolo de masas, pero también el primer paso de una filmografía que nunca se acomodaría.

En *The Sting* (1973), también junto a Newman, Redford interpretó a un estafador con estilo, confirmando su talento para la comedia de clase. Pero fue en *All the President’s Men* (1976) donde reveló otra faceta: la del actor comprometido con su tiempo. Como Bob Woodward, periodista del Washington Post que destapó el escándalo de Watergate, Redford encarnó el ideal del periodismo como deber cívico. No era un héroe de acción, sino de integridad. En plena crisis de confianza institucional en EE.UU., esa película fue más que cine: una declaración política.

Y sin embargo, Redford quería más. No solo actuar, sino narrar. En 1980 debutó como director con *Ordinary People*, un retrato sutil de una familia devastada por la pérdida. La cinta se llevó el Oscar a Mejor Director y Mejor Película, y confirmó lo que muchos intuían: Redford era más que un rostro; era un narrador, un creyente del silencio, del matiz, de la emoción contenida.

**En Sundance**

Su aporte más radical al cine surgió de otro lugar: Utah. Allí fundó el Sundance Institute y, posteriormente, el Festival de Sundance, con el objetivo de apoyar a cineastas independientes, fuera del circuito industrial. Gracias a esa plataforma, surgieron directores como Quentin Tarantino, Paul Thomas Anderson, Kelly Reichardt o Ryan Coogler. Sundance no fue solo un festival: fue una incubadora, un refugio, un acto de resistencia frente a la homogeneidad del blockbuster.

**Patrimonio cultural**

Redford no necesitaba hacerlo. Era una estrella que podía retirarse y vivir de sus glorias pasadas. Él comprendía que el cine necesitaba voces nuevas, incómodas, distintas, y decidió usar su fama para amplificarlas. Mientras otros cerraban puertas, él las abría. Mientras otros repetían fórmulas, él fomentaba el riesgo.

La imagen pública de Redford era la de un caballero: serio, pausado, educado. Pero esa serenidad ocultaba a un hombre que nunca dejó de cuestionarse. En sus películas —tanto como actor como director— aparece siempre la figura del hombre en crisis: que duda, que se quiebra, que busca sentido. Ya sea en el abogado de *The Verdict* (como productor), el periodista de *Lions for Lambs*, o el náufrago de *All Is Lost*, Redford interpretó personajes que enfrentaban algo mayor que ellos mismos: la pérdida, la historia, la muerte.

Incluso en *A River Runs Through It* (1992), una de sus obras más poéticas como director, lo que emerge no es la belleza del paisaje, sino el dolor de la distancia, la nostalgia de lo irrecuperable. Redford filmaba como quien recuerda: con ternura, melancolía y reverencia.

Y nunca dejó de involucrarse en la realidad. Fue un defensor temprano del medio ambiente, crítico de la guerra de Irak, opositor a gobiernos que despreciaban la cultura. Sin estridencias, sin dogmatismos. Creía que el cine podía cambiar algo, que contar historias también es una forma de acción política.

Como toda figura imponente, Redford también tuvo sombras: algunos papeles más superficiales, compromisos comerciales, ciertas concesiones al glamour de Hollywood y actos de activismo a veces cuestionados por no ir lo suficientemente lejos.

Robert Redford se retira de la escena como vivió en ella: con elegancia, dignidad y sin alardes. No necesitó escándalos para ser recordado.

Hoy, cuando el cine busca cómo seguir siendo relevante, vale la pena mirar atrás y recordar a quienes lo convirtieron en arte y brújula. Redford fue ambos: artista y guía.

Porque marcó una generación y dio origen a una leyenda. Un western crepuscular sobre la amistad, el tiempo y la libertad. Y porque, desde entonces, Sundance dejó de ser solo un apellido ficticio.

2. *All the President’s Men* (1976)
Redford comprendió que el cine también debía vigilar al poder, y lo hizo sin propaganda, con rigor, inteligencia y fe en la verdad.

3. *The Sting* (1973)
Demostró que el entretenimiento no está reñido con la elegancia, y la química Redford‑Newman sigue siendo una de las más memorables de la historia del cine.

4. *Ordinary People* (1980) (como director)
Abordó el dolor sin gritos. Una ópera prima valiente que desnuda la fragilidad del alma americana.

5. *A River Runs Through It* (1992) (como director y narrador)
Un poema sobre la infancia, el río, los hermanos y el paso del tiempo; en ella se escucha la voz íntima de Redford más que en cualquier otra obra.

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