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Si todos nos viéramos en un espejo y criticáramos lo que luce mal cuando hay intereses en juego, ya sea en palabras o gestos, lo pensaríamos dos veces antes de actuar así. Llevo años analizando esos comportamientos y me da pudor ver cómo algunos comunicadores opinan sobre temas que sería mejor que mantuvieran en silencio.
Hay momentos en la vida que no precisan explicación; el silencio es más elocuente que mil palabras. No soy de las que pasan “panos tibios” para defender lo indefendible solo por estar cómoda. En mi entorno, prefiero ser directa, y si es en otro ámbito, me vuelvo más enérgica para expresar opiniones diferentes.
Si todos nos miráramos en un espejo y criticáramos lo feo que se ve cuando hay intereses de por medio, en palabras o gestos, nos lo pensaríamos dos veces antes de actuar así. Llevo años estudiando esos comportamientos y me da vergüenza ver cómo algunos comunicadores opinan sobre temas que sería mejor que guardaran en silencio. Cuando algo les conviene, lo defienden a capa y espada; cuando no, hablan mal hasta la saciedad. Así se pierde la credibilidad. Prefiero callar que perder el respeto.
Esta situación se complica también cuando quien contrata espera que defienda sus intereses como empleada. Claro que debo hacerlo, pero jamás defenderé lo que está mal. La integridad vale más que cualquier salario. Defender causas justas, argumentando con solidez, es lo que construye confianza y credibilidad. Cuando alguien se contradice o habla sin fundamento, no convence, sino que pierde autoridad y respeto.
Muchos comunicadores defienden temas o personas solo cuando les conviene, cambiando su discurso al perder interés. Por ejemplo, elogian a un político en campaña, pero lo critican cuando pierde poder. También practican el doble discurso: dicen una cosa en público y la contraria en privado, generando desconfianza.
Algunos simulan neutralidad, pero favorecen a quienes tienen vínculos personales o económicos, ocultando conflictos de interés. Critican con dureza lo que no les beneficia, pero justifican la misma conducta cuando les conviene.
Finalmente, muestran una amabilidad superficial que esconde complicidad: sonrisas en público, pero críticas destructivas en ausencia de quienes defienden. Este comportamiento hipócrita desdibuja la credibilidad profesional y daña la confianza pública, alimentando la desinformación y la manipulación.
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