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Ocurrió en los 1990. Éramos más de 120 excursionistas del Centro Excursionista Loyola, acampando en el Valle del Tetero, después de un día de caminata. Al día siguiente hubo un chapuzón en el Yaque del Sur y una Misa al caer la tarde. Los jefes juveniles decidieron que al día siguiente nos iríamos para Agüita Fría, madrugando para evitar el sol. Caminaríamos campo a través, buscando un antiguo atajo lleno de maleza. Así evitaríamos regresar al cruce del Tetero para luego enfrentar la subida terrible de la Cotorra.
Subir por el atajo implicaba dejar todo lo que pudiera enredarse en la maleza obstinada, renunciar a varios arroyos de agua fresca. Sufrimos muchos contratiempos y llegamos.
En el Evangelio de hoy, Lucas 14, 25 – 33, Jesús se dirige a la multitud que le seguía: “Si alguno quiere andar conmigo y no antepone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”.
Nadie debe emprender el camino de seguir a Jesús sin tener esto claro.
La ciudad de Santo Domingo muestra excavaciones profundas, donde nunca se levantaron las torres soñadas, porque sus dueños calcularon mal. Las tumbas de millones de jóvenes caídos en guerras inútiles nos advierten: “¡Calcula! Hay guerras que es mejor no luchar”.
Quien desee caminar los designios de Dios (Sabiduría 9) y seguir a Jesús por su atajo, que deje su ego y sus intereses, que se enredan a cada paso y lo harán tropezar. Para seguir al Mesías, que va adelante, que lleva buen paso y camina campo a través, hay que seguirlo ligero y cargado con la cruz de la propia vida y sus sufrimientos.
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