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Lourdes Casademont, agente rural, advierte: “El calor que acumula un coche puede encender la vegetación seca y desencadenar un incendio forestal”.
En agosto pasado, España experimentó la ola de calor más intensa registrada en su historia. Durante 16 días la temperatura superó los 40 °C, un episodio que confirma la tendencia global de incremento de los termómetros y demuestra que el calor extremo afecta a cualquier zona, desde las metrópolis más pobladas hasta los pueblos rurales.
Ese caso del verano español no es una excepción. La temperatura media mundial ha venido ascendiendo en la última década. Entre 2015 y 2024, el mercurio se sitúa 1,24 °C por encima de los valores preindustriales, señal inequívoca de cómo el cambio climático eleva la media global y de la mayor frecuencia e intensidad de fenómenos extremos como las olas de calor.
No obstante, el cambio climático no es el único culpable del aumento térmico. Otros elementos, como la proliferación del asfalto, la densidad de los edificios y la falta de áreas verdes, concentran el calor en determinados lugares, sobre todo en entornos urbanos. Además, los automóviles aparcados al sol, en particular los de tonalidades oscuras que absorben más radiación solar, también aportan al incremento de la temperatura local, generando pequeñas “islas de calor” que se suman al efecto climático general.
Aunque ya se sabía que el interior de un coche negro se calienta más que el de uno blanco, estudios recientes demuestran que este fenómeno se extiende al aire que rodea al vehículo, intensificando la sensación de calor en las calles durante las olas térmicas.
Según un informe de investigadores del Instituto de Geografía y Ordenación del Territorio (IGOT) de la Universidad de Lisboa, publicado en ScienceDirect, los vehículos de color oscuro pueden elevar la temperatura del aire circundante hasta 1,7 °C cuando permanecen al sol durante varias horas, conclusión corroborada con mediciones precisas en Lisboa.
Los autores realizaron registros directos en la capital portuguesa comparando un coche negro y uno blanco estacionados sobre asfalto durante más de cinco horas bajo el sol. Midiendo la temperatura del aire a distintas alturas sobre los vehículos y a su alrededor con estaciones meteorológicas portátiles, observaron que, justo por encima del techo del coche negro, el aire era hasta 3,8 °C más cálido que el del asfalto adyacente; aproximadamente 1 °C más que el aire cerca del coche blanco.
Este efecto no se limita al interior del vehículo, sino que modula el microclima urbano inmediato. Los automóviles actúan como islas de calor móviles. Su cubierta metálica –compuesta de acero, aluminio y plásticos– responde rápidamente a la radiación solar, mientras que el color de la pintura determina cuánta energía se absorbe o se refleja. Los coches negros, con bajo albedo, captan la mayor parte de la radiación, mientras que los blancos la devuelven, reduciendo la temperatura local.
A escala de la ciudad, el estudio mostró que la distribución y concentración de vehículos aparcados pueden influir de forma considerable en la temperatura superficial de las vías. En zonas con alta densidad de coches, como el centro de Lisboa, el albedo vehicular afecta la absorción solar, intensificando la sensación de calor percibida por los peatones.
En estas circunstancias, los automóviles de tonos claros atenúan el efecto térmico local y podrían constituir una medida complementaria de mitigación junto con la ampliación de áreas verdes, la instalación de sombras y pavimentos de alta reflectancia, según los investigadores.
La electromovilidad, aunque disminuye las emisiones de gases de los motores de combustión, no elimina el problema. Los vehículos eléctricos también poseen superficies metálicas y colores que absorben la radiación solar, por lo que continúan elevando la temperatura del aire circundante durante las olas de calor. Ser eléctrico no los vuelve térmicamente neutros, y su impacto en el microclima urbano es similar al de los coches convencionales.
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