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Un vecindario con necesidades y vulnerabilidad, pero rebosante de apoyo mutuo

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Casuchas precarias en las profundidades del barrio exhiben una miseria mayor que en la superficie.

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Casuchas precarias en las profundidades del barrio exhiben una miseria mayor que en la superficie. Cortesía Nirvana Saviñón.

Allá abajo, junto al río, donde no hay puente, también vive un mundo de gente. En el ensanche capitalino Simón Bolívar, hasta a 30 metros de profundidad desde la calle, un universo de personas convive en pobreza extrema, desnutrición, enfermedades, redes eléctricas en mal estado y cañadas sin sanear. Es un grito de auxilio que espera respuesta.

Un conglomerado subsiste del “chiripeo”, de la venta de alimentos, que sube a la “pista” a distribuir. Sobresalen los chicharroneros, en medio de múltiples negocios. Colmados, una pequeña farmacia, peluquerías, un centro de reparación de celulares, venta de ropa de paca, tapicería. Abundan las iglesias evangélicas.

No resultaría raro si no fuera un espacio limitado, una estrechez donde existen los “de abajo” del Distrito Nacional.

El inventario incluye una vivienda de zinc, que ofrece servicios de belleza de la más amplia gama, bares y un billar con piscina, cerca del caudal del Ozama, donde el callejón cuatro es escenario de conciertos con cantantes urbanos famosos.

Seis peatonales, en alrededor de tres kilómetros, cada una extensión de la vía superior, angostas, por cinco no caben vehículos, y el dirigente comunitario Amaury Arias clama por su ampliación y asfaltado, pues sacar a un enfermo o a un muerto implica hacerlo a hombros o en silla de ruedas.

Solicita el saneamiento de las diez cañadas. Con el presupuesto participativo encementaron una, pero ya necesita reparación, igual que arriba el drenaje pluvial y sanitario, que pierde encementado y exhibe excrementos en plena vía.

Frente a las aguas sucias que corren rápidas, Wilton de la Cruz Luna, encargado del dispensario parroquial Padre Mancilla, señala la contaminación, ratas y cucarachas propagan enfermedades.

El médico familiar y comunitario indica que los desperdicios -incluso materia fecal- van al río cuando deberían hacerlo a una planta de tratamiento.

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Si la Corporación de Acueductos y Alcantarillados de Santo Domingo (Caasd) actúa, es posible eliminar esta situación y, de paso y muy importante, la población tendría agua suficiente y ya no habría fugas… Por eso, este trabajador social alza su voz.

La dolencia común

En ambos lados del sector hay necesidades como el tendido eléctrico que amenaza caer sobre viviendas, ocupación del espacio público, caos. Necesitan un centro multiuso o “techado” y áreas de esparcimiento, del cuerpo y del alma para chicos y grandes; así podrían ejercitarse y practicar deportes, lo que, recuerda De la Cruz Luna, redundaría en salud.

Ramón Antonio de Jesús, presidente de la junta de vecinos Simón Bolívar, una de las doce demarcaciones, manifiesta que las redes fueron cambiadas en 1995 y hasta hoy nunca se han revisado: hay cables sulfatados, postes en mal estado. Las que están cerca del río tienen una conexión riesgosa y las lámparas que dotó el Estado no sirven.

Abajo, su compañero Ememciano Mejía Acosta, presidente de la junta El Progreso, exclama al lado de una montaña de basura, que los comunitarios limpian y, si abren calles, hasta camioncitos pueden entrar a recogerla.

Muestra con el índice el alto nivel al que sube el agua desbordada del drenaje pluvial cuando llueve; sucia, inunda las casas.

Un cúmulo de males

En las orillas del río, sacos de desechos esperan las barcazas semanales de la Fundación de Saneamiento Ambiental (Fusaco), que los trasladará a la barriada Los Guandules y de allí los mueven los camiones.

El dirigente comunitario Luis Colón cree posible que los cerros repletos de viviendas se conviertan en calles anchas y zonas de recreación, y que los dueños de esas y otras moradas cercanas sean indemnizados.

En la casa comunitaria imparten catequesis, alfabetizan y velan muertos. Lo mismo sirve para otras labores, como prestarla a la anciana Aurelina Rosario, que vivía alquilada en una vivienda colapsada y se le cayó el techo encima. Ahora construye la suya, pero necesita ayuda.

Su hijo, Pedro Encarnación Rosario, quiere colaborar con lo que “chiripea”, cada vez menos, porque está casi ciego.

La gente cree que ayudaría un destacamento policial y un centro del Instituto de Formación Técnico Profesional (Infotep). Herminia Rosario, presidenta de la junta de vecinos Francisco del Rosario Sánchez, del callejón cinco, es la dueña de la tapicería y está dispuesta a enseñar. Afirma que hay gente capacitada, pero falta estructura.

Una enorme edificación en la frontera con La Ciénaga alberga a los correeros unidos que fabrican correas, calzados y mochilas, suplen al Estado y emplean a personas del sector.

Ramón Antonio de Jesús dice que el proyecto Salamal (Programa de Saneamiento Ambiental) durante el gobierno de Hipólito Mejía construyó escalones en algunos tramos para facilitar el acceso. Ahora, una avenida pasaría como parte del plan Domingo Savio.

Colman la vista murales en las casitas de arriba, “son de cuando Jaime David Fernández Mirabal estaba en el Ministerio de Medio Ambiente”. Parte de las jornadas culturales que desarrolló.

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