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En el ámbito de la etiqueta hay gestos y costumbres que, aunque parezcan triviales, transmiten mucho acerca de la educación, el respeto y la consideración hacia los demás. Uno de los más frecuentes –y también los más malinterpretados– es levantar el dedo meñique al tomar una taza de café, té o incluso un vaso de agua.
Lejos de constituir un signo de elegancia, este gesto ha sido visto, a lo largo de los años, como una muestra de afectación o de mala educación dentro del protocolo actual.
El origen de esta práctica se sitúa en la Europa de los siglos XVII y XVIII, particularmente entre la aristocracia francesa e inglesa. En aquella época, las tazas y copas eran pequeñas y delicadas, fabricadas en porcelana o cristal, lo que requería cierta habilidad para sujetarlas.
Algunas fuentes, como la historiadora de etiqueta Judith Martin (Miss Manners), afirman que el meñique extendido surgía de manera natural al equilibrar la mano, sin que fuera un gesto deliberado de distinción. No obstante, con el tiempo, el movimiento quedó asociado a la alta sociedad y fue imitado por quienes quisieran aparentar refinamiento.
La imitación de este gesto pronto se volvió excesiva. Autores como Emily Post, en su obra *Etiquette in Society, in Business, in Politics, and at Home* (1922), ya advertían que levantar el meñique resultaba pretencioso y contrario al auténtico espíritu de la buena educación, basada en la sencillez y la naturalidad.
Durante la era victoriana, el gesto se convirtió en sinónimo de esnobismo. La escritora británica Nancy Mitford, en sus ensayos sobre U y non‑U English (1956), lo menciona como característico de quienes intentaban aparentar pertenecer a una clase social alta. Era, en resumen, una forma de diferenciación artificial, alejada del buen gusto que promueve el protocolo genuino.
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En términos simbólicos, levantar el meñique puede proyectar, sin intención, una imagen de arrogancia o afectación. La etiqueta moderna enseña que el comportamiento adecuado no consiste en exagerar gestos, sino en mostrarse natural, discreto y respetuoso.
Los manuales actuales de etiqueta y ceremonial coinciden en que este gesto debe evitarse. Expertas como María Luisa de Villalonga (*El gran libro del protocolo*, 2004) y Pilar Sánchez‑Cortés (*Protocolo y buenas maneras*, 2018) aconsejan mantener los dedos relajados al sostener una taza o vaso, formando una curva natural sin que el meñique se separe.
El protocolo contemporáneo defiende la armonía y la sobriedad de los movimientos, en consonancia con el principio de que la elegancia auténtica es discreta. En palabras de Letitia Baldrige, exjefa de protocolo de la Casa Blanca y autora de *Complete Guide to Executive Manners* (1993): “El buen gusto nunca busca llamar la atención; simplemente se percibe por su equilibrio”.
En definitiva, levantar el dedo meñique al beber no es un signo de refinamiento, sino una práctica anacrónica que contradice los principios del protocolo actual. La verdadera elegancia radica en la naturalidad, la sencillez y el respeto por los demás.
Como enseñan los grandes maestros de la etiqueta, la buena educación no se muestra en gestos forzados, sino en la autenticidad de las buenas maneras.
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