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Aduce que las recientes olas de calor han puesto a prueba la solidez de las redes eléctricas de numerosas naciones, generando amplias discusiones sobre su aguante y la suficiencia de sus infraestructuras.
Argumenta que el calor extremo disminuye la capacidad de los tendidos de transmisión y acrecienta las pérdidas en ellos, justo cuando el consumo eléctrico se dispara.
Las temperaturas elevadas también representan un desafío para los transformadores, mermando su rendimiento y, con el paso del tiempo, acortando su vida útil.
Destaca que, sumado al mayor requerimiento de electricidad para refrigeración, el calor puede incluso causar un fallo total del transformador.
Bajo condiciones de alta carga y temperatura, los cables también pueden verse comprometidos, aumentando el peligro de contacto con elementos cercanos y provocando cortes de luz.
Conforme al estudio, las centrales termoeléctricas pueden experimentar una reducción en su producción cuando el calor ambiente y del agua limita la eficacia de la refrigeración.
La generación solar fotovoltaica se ve mermada por el calor extremo, dado que la mayoría de los paneles están diseñados para rendir al máximo cerca de los 25 grados Celsius y su rendimiento decrece a mayores temperaturas.
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El almacenamiento energético es igualmente menos eficiente en climas cálidos. Por ejemplo, las baterías de iones de litio operan óptimamente entre los 15 y 35 grados Celsius. Temperaturas superiores a ese rango pueden dañarlas y reducir sustancialmente su capacidad de acumulación a largo plazo.
La generación hidroeléctrica se ve impactada por las sequías que suelen acompañar las olas de calor, las cuales pueden bajar el nivel de los reservorios en las presas con capacidad de almacenamiento.
Los cortes de suministro eléctrico durante o a causa de una ola de calor pueden ser muy perjudiciales.
Propuso que los dueños de plantas térmicas podrían implementar tecnologías que consuman menos agua —tales como sistemas de enfriamiento híbridos secos y húmedo-secos, o incorporar nuevos proyectos eólicos y solares fotovoltaicos— para hacer sus instalaciones más previsoras ante el calor y la escasez hídrica.
Sostiene que los gestores de la red eléctrica deben modernizar las infraestructuras de transporte y distribución que están obsoletas e insuficientes, además de asegurar un mantenimiento y una actualización adecuados del sistema.
Favoreció la adopción de “redes inteligentes” dotadas de monitoreo en tiempo real y sistemas de alerta temprana, los cuales podrían asistir a las compañías eléctricas a detectar y reaccionar al sobrecalentamiento de la infraestructura antes de que ocurran fallos.
“Estos mecanismos son capaces de ajustar automáticamente la oferta y la demanda, desviando la energía según sea necesario y previniendo la sobrecarga de componentes vitales”, enfatiza el informe del Banco Mundial.
Señala que la energía solar fotovoltaica puede aligerar considerablemente la carga de la red durante el día, pero podría generar nuevos problemas cuando la demanda pico se traslade a las horas posteriores al anochecer.
Sugiere que los administradores de sistemas eléctricos incorporen los análisis de vulnerabilidad y sus resultados en sus programas de planificación e inversión en sistemas. Una medida evidente es contemplar condiciones climáticas extremas más severas al planificar y diseñar la capacidad del sistema, incluyendo márgenes de reserva.
Plantea que, al ajustarse de forma proactiva a un clima más cálido, las ciudades y países de América Latina y el Caribe pueden mejorar notablemente la firmeza de sus redes eléctricas.
De no tomar acciones decididas, se podrían esperar interrupciones del suministro y caídas de voltaje más frecuentes, acarreando pérdidas económicas y perturbaciones sociales, concluye el estudio.















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