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“Deliver Me From Nowhere”, que se estrena este jueves en las salas de cine dominicanas, está encabezada por Jeremy Allen White en el papel de Springsteen, Jeremy Strong como Jon Landau (su productor) y Odessa Young como Faye Romano.
Bruce Springsteen no aborda su pasado como algo remoto del presente. Lo relata como si aún estuviera inmerso en esa vivencia. Frente a mí, con un tono calmado, casi reflexivo, comenta: “Mi intención no era grabar un álbum. Necesitaba comprender lo que me estaba sucediendo”.
Esta declaración, que en otro contexto podría sonar humilde, encapsula la esencia de “Deliver Me From Nowhere”, el filme en el que Scott Cooper plasma un retrato íntimo sobre la génesis del disco “Nebraska” (1982) y, con ello, de un artista en un momento de vulnerabilidad extrema.
Durante la conversación a la que Listín Diario tuvo acceso, Springsteen esboza una sonrisa con esa mezcla de autenticidad y distancia propia de quien ha superado sus propias pruebas. “Nebraska no trató sobre la fama. Versó sobre el vacío que sigue a la fama”, afirma. “Cuando todo parece ir bien, te percatas de que, aún así, hay un hueco interior”.
A su lado, el director Scott Cooper asiente. “La historia de Nebraska siempre me pareció un guion esperando ser filmado. Pero mi meta no era un biopic; deseaba realizar una súplica. Una oración cinematográfica”.
La cinta, que llega este jueves a los cines dominicanos, cuenta con las actuaciones protagónicas de Jeremy Allen White como Springsteen, Jeremy Strong en el rol de Jon Landau (su productor y confidente) y Odessa Young como Faye Romano.
El relato es todo menos una glorificación del ícono. Es una inmersión en la incertidumbre, en el agotamiento: ese instante donde la música deja de ser un alivio, pero tampoco puede evitarse. “Bruce rechazaba a los héroes”, aclara Cooper. “Buscaba la dimensión humana. Lo que más me atrae de su trayectoria no es su ascenso, sino cómo aprendió a detenerse”.
Springsteen rememora los años previos a Nebraska como una etapa de vértigo. Acababa de finalizar giras agotadoras y el resonante éxito de The River. “Todo lo que tocas se convierte en oro”, me confiesa, “pero por dentro se siente como herrumbre”.
Fue entonces cuando tomó la decisión de recluirse en Colts Neck, Nueva Jersey. En soledad, equipado solo con una grabadora de cuatro pistas, una guitarra y una cantidad abrumadora de recuerdos. “No pensaba en discos, mi enfoque era superar la semana”, explica con franqueza. “Había algo en mi interior que no sabía cómo nombrar. Por ello, empecé a cantarlo”.
Scott Cooper traduce visualmente esa reclusión con gran exactitud. “No quería presentarlo como un sacrificado. Quería mostrarlo como alguien que escucha su propia respiración. El filme carece de adornos; todo lo que se ve son silencios y espacio”.
Jeremy Allen White, quien transita entre lo vulnerable y lo intenso con la soltura que lo distinguió en The Bear, encontró en este papel una especie de purificación personal. “Bruce es una fuerza imposible de replicar”, comenta. “Por eso, mi enfoque no fue imitarlo. Busqué sentir la carga que portaba. Ese hastío que no te destruye, pero te impide descansar”.
En una de las secuencias más sobrias, Bruce Springsteen contempla una estructura deteriorada mientras su voz (grabada en cinta) entona fragmentos de “Reason to Believe”. “Esa toma”, señala Cooper, “sintetiza mi intención: la fe entendida no como esperanza, sino como pura tozudez”.















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