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En la batalla contra esta enfermedad, la medicina ha dado un paso colosal hacia la individualización. Ya no se trata solamente de combatirla, sino de comprenderla desde su raíz más profunda: nuestro código genético.
Conocer la propensión genética posibilita adelantarse a la enfermedad con una vigilancia anticipada y adaptada a cada persona. En la lucha contra el cáncer de mama, la medicina ha marcado un hito en la personalización. La meta ya no es solo luchar contra el padecimiento, sino descifrarlo desde su origen más elemental: nuestra información genética.
El doctor Roberto Díaz, referente en esta materia, indica que los progresos en genética están revolucionando tanto la prevención como la terapia, ofreciendo un método singular, con un doble nivel de personalización.
El tratamiento ultradetallado se enfoca desde dos ángulos principales: En primer lugar, la particularidad inherente del tumor, comprendiendo que cada cáncer posee su propio “manual de instrucciones” genético, con alteraciones específicas que estimulan su desarrollo. Y en segundo lugar, la carga genética de la paciente, ya que algunas personas nacen con una propensión heredada a desarrollar cáncer, como es el caso de las mutaciones en los genes BRCA1 y BRCA2. Así lo explica Díaz, director senior del Departamento de Oncología Radioterápica del Moffitt Cancer Center.
“La terapia actual es altamente personalizada, basándose en la variaciones del cáncer, pero también en las mutaciones presentes en el sistema integral de la persona (el organismo)”, subraya el especialista. Esto implica que los facultativos analizan tanto el “documento” genético del tumor como el “historial” genético de la paciente para diseñar la intervención más efectiva y precisa.
Esta aproximación dual es el eje central de la oncología de precisión. Como detalla la Sociedad Americana Contra el Cáncer, las pruebas genéticas ayudan a estimar el riesgo de una persona de sufrir cáncer y pueden ser cruciales para la toma de decisiones terapéuticas. Se trata de una táctica cada vez más habitual en la atención oncológica de avanzada.
Pero el potencial de la genética no se restringe al tratamiento. Su papel en la prevención resulta igualmente transformador. Díaz enfatiza la relevancia de los antecedentes familiares: “Para una mujer cuya madre fue diagnosticada con cáncer a edades tempranas, como podrían ser los 40 años, lo aconsejable es que la hija de esa mujer realice resonancias 10 años antes, es decir, a partir de los 30 años”.
Esta pauta está alineada con las indicaciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos, que recomiendan a quienes tienen antecedentes familiares de cáncer de mama o mutaciones en los genes BRCA que consulten a su médico sobre estrategias para disminuir el riesgo.
Según el experto, estar al tanto de la predisposición genética posibilita una vigilancia activa y adaptada, funcionando como una hoja de ruta para implementar estrategias de detección precoz, lo que incrementa notablemente las posibilidades de un desenlace favorable.
Gracias a estos avances, el mensaje de hoy es de esperanza. La genética nos está permitiendo migrar de un planteamiento generalista a uno verdaderamente individual. La Fundación para la Investigación del Cáncer de Mama (BCRF), una entidad dedicada a financiar la investigación sobre esta enfermedad, resalta que la medicina de precisión constituye una de las áreas de mayor expansión e impacto.
Díaz concluye que este abordaje de doble vía se ha convertido en una herramienta de valor incalculable para la prevención y el manejo temprano del cáncer de mama, permitiendo encarar la enfermedad con mejores recursos y una esperanza renovada, acercándonos cada día a un mañana donde esta afección no solo sea manejable, sino también evitable.















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